martes, 31 de enero de 2017

Lion (2016 )**

Dir: Garth Davis
Int: Dev Patel, Sunny Pawar, Nicole Kidman, Rooney Mara, David Wenham, Nawazuddin Siddiqui, Tannishtha Chatterjee, Deepti Naval, Priyanka Bose, Divian Ladwa.


El guión de esta película es de Luke Davies, y adapta la novela con tientes autobiográficos de Saroo Brierley. El director, el australiano Garth Davis, viene del cine documental, pero también tiene experiencia en trabajos dramáticos para televisión. Es su primer largometraje de ficción para las salas comerciales. 

Saroo Brierley (interpretado por dos actores: Dev Patel y el niño Sunny Pawar) es un niño que con tan sólo cinco años se perdió en las calles de Calcuta, a miles de kilómetros de casa. Tras un largo viaje acabó siendo adoptado por una pareja australiana. Veinticinco años después, con la única ayuda de Google Earth, Saroo intentará encontrar a su familia biológica.


Estamos ante una película con una trama simple, resuelta con eficiencia y cargada de sentimentalismo y buenos deseos. Se profundiza poco en la dura situación de Saroo, ya adulto, pugnando con los recuerdos de sus cinco años con una familia añorada en un lugar olvidado de la India y la única vida que ahora conoce con sus padres adoptivos que lo han criado en ese Primer Mundo opulento y repleto de oportunidades. 

Tengo la sensación que realizador, guionista e intérpretes han logrado levantar un largometraje entretenido a partir de una novela previsible que, afortunadamente tenía un elemento muy atractivo,  al ilustrarnos sobre una realidad preocupante como la que muchos niños y niñas abandonados (o perdidos) viven en la India actual. La película, al menos, logrará poner de actualidad ese problema... 

Desde el punto de vista artístico, más allá del buen trabajo de Dev Patel y la naturalidad del chaval Sunny Pawar, poco o nada es reseñable. Ni siquiera la aparición de Nicole Kidman (Sue, la madre adoptiva), hace levantar demasiado el vuelo de una película, agradable, 
quizás necesaria, y poco más...

Roberto Sánchez  

-C. Grancasa, Palafox, Yelmo-

Loving (2016)***

Dir: Jeff Nichols
Int: Joel Edgerton, Ruth Negga, Michael Shannon, Marton Csokas, Nick Kroll, Jon Bass, Bill Camp, David Jensen, Alano Miller, Sharon Blackwood, Chris Greene .

El amor no tiene color, credo ni política


            
Tras la reciente Midnight Special, que no me terminó de convencer, llega ahora el último filme de Jeff Nichols, un realizador y guionista que hace con ésta su quinta película, y que se estrenó en 2007 con la prometedora Shotgun Stories, un thriller rural ambientado en los campos de algodón y las carreteras secundarias de Arkansas. Parece ser que los ambientes rurales del profundo Estados Unidos (repitió escenarios polvorientos y áridos en 2011-2012 en Take Shelter  Mud) son el campo de acción favorito de Nichols, con una forma de narrar lacónica y contenida  que imprime a sus películas un ritmo pausado, casi exasperante por momentos, pero que conforma un estilo propio e inconfundible.  

Loving nos cuenta la historia real de Mildred y Richard Loving (curioso apellido para esta pareja involucrada en una historia de amor dramático), una pareja formada por blanco y negra que se casó en Virginia en 1958. Debido a la naturaleza interracial de su matrimonio, fueron arrestados, encarcelados y condenados al exilio durante veinticinco años. Durante una década la pareja luchó por su derecho a regresar a casa apoyados por la Organización pro-derechos civiles fundada por Martin Luther king, que les puso un joven e inexperto pero voluntarioso abogado a su disposición. El caso tomará notoriedad y llegará hasta el Tribunal Supremo de Washington. 

Ruth Negga, que da vida a Mildred, la esposa de color, ha sido nominada en los Oscar 2016 a mejor actriz, y hay que destacar también el papel de Marton Csokas en el papel de jefe de policía borde y  racista. Cumplen con su papel el hierático granjero Richard (interpretado por Joel Edgerton) y  Michael Shannon, el actor fectiche de Nichols. 



Con un estilo que pretende emular al Terence Malick  de Malas tierras (Badlands, 1973), Loving transcurre de forma sosegada, casi con una precisión de documental, haciéndonos partícipes del largo periplo de esta pareja acosada por las leyes de segregación aún vigentes y por el racismo asumido en el sector blanco de la sociedad en la que no tienen más remedio que convivir. La esclavitud y, en especial,  el racismo han  sido y son temas ampliamente tratados en el cine norteamericano, y con obras, ya clásicas, destacadas como Arde Mississippi ( Alan Parker, 1988 ) o En el calor de la noche (Norman Jewison, 1967), en la que un joven Sidney Poitier tenía también que vérselas con un sheriff blanco racista. En este sentido, Loving no busca ningún tipo de enfrentamiento, espectacularidad ni lucimiento, rodeándose de un aura de cine indie que puede que le haya granjeado algún premio y nominación en festivales, pero que a nivel de comercialidad y frente al espectador medio, no la hace una película muy atractiva, ni por temática ni por planteamiento narrativo. 

En definitiva, un film para fans incondicionales del peculiar estilo de Jeff Nichols y del cine de 
temática interracial.  


Gonzalo J. Gonzalvo

-Aragonia-

sábado, 28 de enero de 2017

Múltiple (Split, 2016 )***

Director: M. Night Shyamalan
Int: James McAvoy, Anya Taylor Joy, Betty Buckley, Brad William Henke, Haley Lu Richardson, 
Sterling K. Brown, Kim Director, Sebastian Arcelus, Lyne Renee, Neal Huff, Jessica Sula, 
Maria Breyman, Steven Dennis, Peter Patrikios, Matthew Nadu

Kevin (James McAvoy) tiene 23 personalidades diferentes. Está siendo tratado por la veterana  Dra. Fletcher (Betty Buckley),  su psiquiatra de confianza, a la que ha pedido apoyo y ayuda ante la amenaza que parece suponer el advenimiento de la una nueva  personalidad, que define como "The Beast" y parece bastante peligrosa. Obligado a raptar a tres chicas adolescentes encabezadas por la decidida y observadora Casey (Anya Taylor-Joy), Kevin lucha por sobrevivir contra todas sus personalidades, a medida que las paredes de sus compartimentos mentales se derrumban. 

Aunque dista mucho de ser una película en la que todas sus partes encajen a la perfección, Shyamalan (el director de El sexto sentido, y El protegido, por ejemplo), regresa a un ámbito genérico marcado por el suspense y un sutil sentido de la fantasía, aparentemente justificada por la ciencia (en este caso la psiquiatría). Las referencias a algunos ilustres dementes con personalidad doblada de la literatura y el cine son claras, y en especial a ese lado salvaje (Mr. Hyde) del Doctor Jekyll, concebido por Robert Louis Stevenson, o La Bestia (de La Bella y la Bestia), originariamente un cuento tradicional francés, llevado al cine por primera vez en 1945 por Jean Cocteau, y que ha tenido un gran éxito en posteriores adaptaciones de la Disney (pronto veremos su producción de 2017, dirigida por Bill Condon con Emma Watson y Luke Evans). 





El actor escocés James McAvoy asume todos los personajes que conviven en la misma piel de Kevin, permitiéndonos conocer con algo más de detalle al menos a siete de ellos (Dennis, Patricia, Hedwig, The Beast, Barry, Orwell y Jade). En algún momento, uno puede llegar a sospechar que el guión ha sido concebido más para su lucimiento que otra cosa. De hecho las taras e imperfecciones de este filme tienen que ver con el necesario protagonismo de esta personalidad fragmentada. De hecho, y a pesar del correcto manejo del suspense, la situación evoluciona con una morosidad que puede provocar alguna desconexión por parte de los espectadores adultos que no estén dispuestos a aceptar ciertos convencionalismos genéricos, que además van apoderándose pausadamente del film, al igual que de este ser de múltiples personalidades. Por ejemplo, la historia de Casey, una de las secuestradas, relatada de forma paralela a la central, con flashbacks que nos van ilustrando sobre su historia familiar, queda algo desdibujada y artificiosa, aunque jugará un papel importante para explicar el desenlace.



Por cierto, en los últimos momentos del filme hay un cameo de un conocido actor que en realidad supone un autohomenaje , y una sospecha de que se pueda desarrollar este personaje múltiple en nuevas entregas. 

La sensación final es que el cine de Shyamalan no está del todo perdido. Parece que el thriller fantástico puede recuperar a este cineasta que sorprendió gratamente con películas de éxito claro como El sexto sentido (1999), o que empezaron a crear ciertas controversias como El protegido (2000), Señales (2002) o El bosque (2004). Después de estos filmes (éxitos comerciales y que además crearon tendencias en el género), la curva descendente fue muy evidente e incluso filmó películas "alimenticias" de muy baja estofa como Airbender, el último guerrero (2010) o After Earth (2013).

Roberto Sánchez  

-Aragonia, C. Grancasa, Palafox, Puerto Venecia, Yelmo-

jueves, 26 de enero de 2017

Toni Erdmann (2016)***

Dir: Maren Ade
Int: Peter Simonischek, Sandra Hüller, Lucy Russell, Trystan Pütter, Thomas Loibl, 
Hadewych Minis, Vlad Ivanov, Ingrid Bisu, John Keogh, Ingo Wimmer, Cosmin Padureanu, 
Anna Maria Bergold, Radu Banzaru, Alexandru Papadopol, Sava Lolov, Jürg Löw, Miriam 
Rizea, Michael Wittenborn. 

Inès (Sandra Hüller) trabaja en una gran empresa alemana establecida en Bucarest. Su vida está perfectamente organizada hasta que su padre Winfried (Peter Simonischek) llega de improvisto y le pregunta ”¿eres feliz?”, y comienza a desarrollar toda una estrategia para hacerla reflexionar sobre su vida. Mucho tiene que ver en ello su álter ego Toni Erdmann. Inès, tras su incapacidad para responder, sufrirá un cambio progresivo. Ese padre, desdoblado ahora en Toni Erdmann, que a veces estorba y que la avergüenza un poco, le va a ayudar a dar nuevamente sentido a su vida. 

Esta película es el tercer largometraje de la directora alemana Maren Ade. Aunque ha sido capaz de mostrar algunos momentos hilarantes (llenos de un humor surrealista e inteligente), dista mucho de ser una comedia. De hecho, muchos le han añadido el calificativo de drama que resulta mucho más adecuado, y es que tengo la sensación de que el sentido del humor de los alemanes es más que dudoso...

 Su larga duración (2 horas y 42 minutos) no resultan pesados y el trabajo de sus dos protagonistas (la alemana Sandra Hüller y el austriaco Peter Simonischek) es brillante. En los dos, fundamentalmente, se apoya el trabajo de la, también guionista, Maren Ade. Logra transmitirnos el hastio vital de una mujer que colabora activamente en la construcción de las redes de explotación del capitalismo moderno. Ella ha entregado su alma y su vida al "dios dinero" para destacar en un trabajo que esconde, trás el aparente triunfo social, un lado de extrema crueldad y deshumanización. Las inocentes y torpes "bromas" de Toni Edrmann, ese estrambótico personaje creado por su padre, le ayudarán a redescubrir que es posible vivir de otro modo, o al menos eso parece anunciarnos.



Por cierto, sin ser una película brillante, permite comprobar que más allá de las insufribles, pedantes y mediocres producciones alemanas que inundan nuestras televisiones en los últimos años, hay algunos realizadores (realizadora, en este caso), capaces de hacer planteamientos ligeramente diferentes a la narrativa plana y opaca de los citados productos televisivos. 

Merece la pena comprobar que algunos creadores alemanes no han perdido las ganas de seguir haciendo cine de calidad, más allá de las convenciones de los productos comerciales al estilo norteamericano. 

Roberto Sánchez 

-Aragonia, Palafox-

miércoles, 25 de enero de 2017

Figuras ocultas (Hidden Figures, 2016 )***

Director: Theodore Melfi
Int: Taraji P. Henson, Octavia Spencer, Janelle Monáe, Kevin Costner, Jim Parsons, Mahershala Ali, Kirsten Dunst, Glen Powell, Rhoda Griffis, Ariana Neal, Maria Howell, Alkoya Brunson, Jaiden Kaine, Wilbur Fitzgerald, Saniyya Sidney, Bob Jennings, Lidya Jewett, Ron Clinton Smith. 


Esta película nos cuenta una historia, intencionadamente ocultada durante muchos años, que terminó por desvelar el libro de Margot Lee Shetterly Hidden Figures: The Story of the African-American Women Who Helped Win the Space Race, que no se publicó hasta el año 2016. Está construida con parte de las vidas de Katherine G. Johnson (Taraji P. Henson), Dorothy Vaughan (Octavia Spencer) y Mary Jackson (Janelle Monáe), tres brillantes mujeres científicas afroamericanas que trabajaron en la NASA a comienzos de los años sesenta (en plena carrera espacial, y asimismo en mitad de la lucha por los derechos civiles de los negros estadounidenses). Fueron decisivas, y así lo reconoce ahora esta película, en el ambicioso proyecto de poner en órbita al astronauta John Glenn (interpretado por Glen Powell), en una competencia directa, política y mediática, con los rusos que se habían adelantado en ella poniendo en órbita a Yuri Gagarin. 

Theodore Melfi, el realizador del filme, junto a Allison Schroeder, son responsables de la adaptación del libro antes citado, creando uno de esos típicos biopics norteamericanos. En este caso, con un protagonismo triple, destacándose el personaje de la matemática Katherine G. Johnson, muy cercana a Al Harrison (interpretado por Kevin Costner), que fue el máximo responsable científico de estas misiones inaugurales de la carrera espacial norteamericana.



Que Estados Unidos tiene un pasado marcadamente racista se ha contado muchas veces ya, y seguramente con más crudeza al relatar la historia de los que fueron activistas más directos por los derechos civiles de la minoría negra. Con todo, la película pretende hacer justicia sobre el papel que estas mujeres tuvieron en esa actividad concreta. Lo consigue, a pesar de que el tono escogido por Theodore Melfi es el de un melodrama melífluo, o lo que es lo mismo dulce, suave y delicado. Si nos tenemos que creer lo que se nos cuenta, todos los años de represión, racismo y machismo de la sociedad norteamericana que afectaban igualmente al mundo de los científicos, casi quedaron borrados y olvidados con un gesto (protagonizado por Al Harrison). Este gesto, sencillo y muy expresivo desde el punto de vista narrativo, nos habla igualmente de la tremenda infantilización de una cultura (la norteamericana) que todavía hoy parece estar marcada por una perniciosa simpleza; y lo que es más grave, está influyendo en la vulgarización de sus consumidores en todo el mundo.



Hay que precisar, con todo, que la película funciona bastante bien, que deja clara sus tesis y demuestra que el cine norteamericano continúa siendo fiel a unos esquemas muy claros. Nunca faltarán, parece, artesanos con muy poca personalidad y originalidad todo hay que decirlo, pero sobrada eficiencia, capacitados, como en este caso, ha hacer un mínimo de justicia (más vale tarde que nunca) sobre el mérito profesional de unas mujeres afroamericanas que fueron brillantes figuras en su campo e injustamente ocultas...

Roberto Sánchez  

-Aragonia, C. Grancasa, Palafox, Puerto Venecia, Yelmo-

Belleza oculta (Collateral Beauty, 2016)**

Dir: David Frankel
Int: Will Smith, Edward Norton, Kate Winslet, Michael Peña, Naomie Harris, Helen Mirren, 
Keira Knightley, Jacob Latimore, Enrique Murciano, Kylie Rogers, Natalie Gold, Liza 
Colón-Zayas, Toshiko Onizawa, Nicole Bonifacio, Liz Celeste.

Siempre existe belleza si se sabe mirar...aunque a veces hay que esforzarse mucho

David Frankel es un profesional que ha desarrollado gran parte de su carrera en la 
televisión, como la conocida serie Sexo en Nueva York (1998). Su trabajo de mayor calidad llega a comienzos de la nueva década con Hermanos de sangre (2001), un drama bélico desarrollado en 10 episodios para la hoy venerada HBO. En la gran pantalla, con el filme Si de verdad quieres (2012), Frankel construye una comedia que funciona gracias a la calidad interpretativa de la pareja Meryl Streep / Tommy Lee Jones. 

Con guión de Alan Loeb y un reparto de auténtico lujo: Will Smith, Edward Norton, Kate Winslet, Helen Mirrem, Keira Nightley, Naomi Harris y Michael Peña. Pues bien, los destellos de la clase y calidad interpretativa (especialmente de la Mirren y la Winslet en las mujeres, y de Smith y Norton en los varones) de este magnífico plantel de actores, a duras penas sostienen una película agradable de ver que no pasa de ahí a pesar de su pretendido carácter trascendental. Da la impresión de que Frankel confía en exceso en un buen reparto a la hora de contarnos visualmente una historia, o quizá la historia era tan endeble que ha reforzado la batería de cañones actoral para tapar ese miedo. Pero la historia, en manos de otro director y con otro planteamiento de guión, podría haber dado más de sí. Hay excelentes filmes que narran fenomenalmente una historia de pérdida y tristeza, pero esa historia debe tener  ese “algo más” para atraparnos y emocionarnos, para tocarnos la fibra. La pérdida o grave enfermedad de un hijo o una hija es un recurso dramático utilizado con acierto en el cine. Ejemplos de ello tenemos en filmes como La fuerza del cariño (1983, James L. Brooks) o Lorenzo, el aceite de la vida (Lorenz´s Oil, 1992, George Miller), o la más reciente y, para mí, maravillosa, Alabama Monroe (2012), del director belga Félix Van Groeningen. 



Belleza oculta, no consigue llegar hasta las tripas del espectador. No se mete hasta  dentro del corazón, y a ratos parece más un telefilme de un domingo por la tarde que una película concebida para la pantalla grande. Eso también vuelve a evidenciar que es la televisión el medio que Frankel domina, y no el cine para la gran pantalla desde luego. 



Para mí, lo más interesante, es una cierta ligazón teatral que impregna determinadas escenas, y que sirve para el lucimiento de Helen Mirren, actriz que siempre está magnífica le echen lo que le echen. La morbosa mirada en primer plano de Keira Nightley hace pensar en un amor más sensual que fraternal, aunque también ella cumple. En fin, está claro que si se sabe mirar,en casi todo se puede encontrar la belleza oculta, aunque a veces hay que esforzarse mucho. Y, claro que el filme tiene sus momentos si se escudriña, especialmente si uno se concentra en la gran Helen Mirren, pero tengo la certeza de que es una película que no será recordada y se quedará en un mero entretenimiento. Para pasar el rato. Y si son de lágrima fácil, no olviden los clínex. 

Gonzalo J. Gonzalvo

-Aragonia, Palafox, Yelmo-

lunes, 23 de enero de 2017

Train to Busan (Bu-san-haeng, 2016)***

Dir: Yeon Sang-ho
Int: Gong Yoo, Ma Dong-seok, Ahn So-hee, Kim Soo-an, Jung Yu-mi, Kim Eui-sung, Choi Woo-sik, Jung Kyung-mi, Shim Eun-kyung, Choi Gwi-hwa

El tren del pánico       
Un tren rápido coreano, el KTX, que cubre el trayecto entre Seúl y Busan, se verá afectado por un virus letal  que ha desatado una epidemia y que convierte a los individuos en zombies sedientos de sangre. Un grupo de pasajeros unirá sus fuerzas e ingenio para hacer frente a la situación e intentar sobrevivir. Con esta premisa argumental el director surcoreano Yeon Sang-ho, tras varias incursiones en el cine de animación, elige el género de terror y, dentro de éste, el subgénero de zombies, para construir un filme que va in crescendo y que mantiene al espectador atento a lo que se le va a venir encima. Por cierto, Yeon Sang-ho ha rodado también una precuela de esta historia, una película de animación titulada Estación de Seúl (2016), estrenada poco después. 


Ya ha llovido desde la mítica La noche de los muertos vivientes (1968), filme dirigido por el norteamericano George A. Romero que innovó e introdujo este subgénero cambiando para siempre los parámetros del cine de terror hasta entonces realizado. Incluso antes de Romero, podemos encontrar referencias que nos remiten a la figura del zombie, tanto en el clásico Yo anduve con un zombie (1943, Jacques Tourneur) como en un filme que me gusta especialmente y que, sin duda, debió de ser un referente para Romero, y me refiero a El carnaval de las almas (1962, Herk Harvey). Desde entonces, el cine de zombies ha evolucionado hacia un nivel de sangre, violencia y efectismo (gracias a los efectos especiales digitales) que le ha hecho perder parte de su carácter romántico y melancólico. En este caso, Tren a Busan, bien ejecutada y con unos notables efectos especiales (que merecieron el premio en el último Festival de Cine fantástico de Sitges 2016) y escenas impactantes, sitúa al “cine de zombies a la coreana” en un puesto relevante dentro del género y recupera en determinados instantes ese lirismo gótico de antaño. 




A pesar de su metraje de dos horas (algo no muy habitual en una película de terror), Tren a Busan transcurre con un ritmo vertiginoso que no deja respiro alguno al espectador. Pero dentro de esa situación caótica y extrema que viven los personajes, el cine oriental es especialista en introducir momentos de gran belleza y emotividad aún dentro de la tragedia (como el de un padre concentrándose mentalmente en los recuerdos de su hija recién nacida antes de perder la humanidad y pasar a ser un zombie más).  

Por todo ello, Train to Busan es un filme tan aterrador como entretenido que hará las delicias 
de los fans del género y del cine oriental. 

Gonzalo J. Gonzalvo

-Aragonia-

viernes, 20 de enero de 2017

La ciudad de las estrellas (La La Land, 2016)***

Dir: Damien Chazelle
Int: Emma Stone, Ryan Gosling, John Legend, Rosemarie De Witt, J.K. Simmons, Finn Wittrock, Sonoya Mizuno, Jessica Rothe, Jason Fuchs, Callie Hernandez, Trevor Lissauer, Phillip E. Walker, Hemky Madera, Kaye L. Morris.

La vida en tonos pastel, por Gonzalo J. Gonzalvo.   

Damien Chazelle cambia de registro tras su Whiplash (2014) y regresa a sus orígenes, pues su primer largometraje (Guy and Madeleine on a Park Bench, 2009) fue un musical centrado en el jazz y en la ruptura de una pareja, con el arte, la música y el amor formando (al igual que en La  La Land) , un triángulo indisoluble. Si aquella era una historia en blanco y negro, aquí se ha atrevido con un abanico de colores en los que predominan los tonos pastel que recuerda al Technicolor de los grandes clásicos del cine y, además, llenando la gran pantalla con ese Cinemascope que abre la película llenando nuestro corazón y cerebro de abundantes recuerdos cinéfilos. En este sentido, el comienzo es uno de los grandes aciertos de la película, que apela desde un principio a la querencia y añoranza del espectador hacia el cine clásico. Además de esto, el filme arranca (como diría Cecil B. De Mille) como un terremoto, con una escena brillante que nos introduce de lleno en el género musical y nos presenta a los personajes protagonistas. A partir de aquí asistimos a un drama musical que no llega a la dureza de West Side Story, pero hace que tengamos en mente todos  los grandes clásicos, como Cantando bajo la lluvia o Un americano en París

Además, La La Land, conserva el encanto de los musicales franceses de los sesenta concebidos por  Jacques Demy. Es toda una declaración de amor al cine y al jazz, y tanto Ryan Gosling como Emma Stone están francamente bien. Es un filme muy agradable de ver, con una estética de colores que por momentos recuerda al mejor Almodóvar, a Michel Gondry (en especial a la mágica y surrealista La ciencia del sueño) y a los grandes musicales clásicos. A mí no me ha llegado a emocionar pero desde luego es un filme hermoso y muy agradable de ver. Quizá sea porque la época de los grandes musicales ha pasado ya indefectiblemente, o a lo mejor  su particular estética, resulta un tanto artificial, aunque seguramente ahí reside también gran parte de su magia. 



Con el jazz y el mundo del cine como hilos conductores (ésta es una de esas películas que explota el recurso que yo denomino “intracine”, y que consiste en mostrar el mundo del cine dentro de la propia película), La La Land, que vendría a ser “La tierra de la música”, nos cuenta el drama vital individual y, después en pareja, de dos artistas ambiciosos que luchan sin cesar para conseguir sus sueños: Él, tener un club de jazz propio donde tocar emulando a los grandes clásicos y, ella, triunfar como actriz. Los números musicales van dosificados, aunque la película pierde algo de fuelle tras ese comienzo tan vital y deslumbrante, y vuelve a recuperarlo hacia su parte final, con un broche de calidad notable por parte de Chazelle (que prepara para 2018, con Gosling como protagonista, un biopic sobre Neil Armstrong, el primer hombre en pisar la luna). Tanto Gosling, que encarna al pianista Sebastian, como Emma Stone, que encarna a Mía, la camarera aspirante a actriz, están muy bien. Actúan, cantan y bailan como si lo hubiesen hecho toda la vida. ¿Contagian su optimismo, alegría o tristeza al espectador? En algunos momentos más que en otros, pues los resortes y mecanismos del musical clásico de los años 40 y 50 resultan hoy en día muy artificiales. Sólo una obra maestra como Cabaret ha podido resistir, para mí, el paso del tiempo por su contexto histórico argumental y su perfección como musical. 

No me parece La La Land una obra maestra que vaya a revolucionar y revitalizar ahora el musical, pero a pesar de todo, Damien Chazelle ha logrado hacer algo muy difícil: un drama musical que atrae público a la sala de todas las edades (el día que yo la vi había bastante gente joven, seguramente también atraídos por el gancho físico de los protagonistas), con una deliciosa partitura musical de Justin Hurwitz y una maravillosa fotografía de Linus Sandgren que me recuerda también a esa otra maravillosa película musical que adoro y que se llamó aquí Corazonada (One From the Heart, 1982), que salió de la mente de ese genio del cine llamado Francis Ford Coppola.  

Como declaración de amor al cine me quedo, sin duda, con Cinema Paradiso o La rosa púrpura del Cairo, pero desde luego La La Land es también una hermosa declaración de amor al séptimo arte, así como una reflexión acerca del amor idealizado, de la ambición, de los sueños y del triunfo y el fracaso que flotan sobre todo ello en ese extraño viaje que denominamos vida.


El musical revisitado, por Roberto Sánchez López 

La factoría de sueños de Hollywood sigue intentando recuperar el cine musical que le diera tantos éxitos en el pasado. ¿Será La La Land, la película que le permita recuperar el filón? Ya veremos, aunque de momento las cifras de asistencia que está logrando y la campaña internacional para promocionarla nos dicen claramente que el cine americano quiere recuperar el género buscando espectros de público más amplios. 

Ahora me gustaría seguir matizando algunas de las opiniones vertidas por Gonzalo J. Gonzalvo, en el artículo anterior. La coincidencia en cuanto a la valoración general es plena, aunque Ryan Gosling, para mi gusto, está muy poco fino en eso de la danza y la canción. De hecho a mi me parece durante todos los números musicales más tieso que un palo, sometido a los pasos de la  coreografía aprendida, sin ninguna gracia ni fluidez. Enma Stone está ligeramente mejor; pero dónde destacan es en la interpretación dramática (y de comedia, cuando es necesario).



La película tiene jazz, pero menos del que yo habría deseado. Juega con habilidad dramática con la pasión que siente su protagonista por el jazz más puro (un ejemplo citado, y escuchado, es el pianista y brillante compositor Thelonius Monk) y la acuciante necesidad de trabajar,aunque sea cediendo ante la comercialidad que representa Keith, un antiguo compañero de estudios, que le ofrecerá la opción de tocar en su grupo, e interpretado por el músico, productor y compositor John Legend, que se mueve en el mundo real con  gran soltura por el Rhythm and blues, el hip hop, el soul, el neosoul, o el Jazz Fusion. Todo parece un reflejo de la ya larga relación (desde la etapa universitaria en Harvard) que une a Damian Chazelle y Justin Hurwitz, el responsable de la música de sus películas. En esta ocasión Hurwitz ha compuesto una partitura excelente, entreverada de un jazz ligero y juguetón, que se relaciona sin estridencias con fragmentos de música clásica (Tchaikovsky o Verdi), o bien con el pop de los 80 (a-ha, Soft Cell), o con partituras de películas clásicas (la de Rebelde sin causa de Leonard Rosenman). 

En cualquier caso, estamos ante una película ante la que resulta muy fácil disfrutar, bien por el sentido homenaje al cine musical clásico, bien por la arriesgada apuesta, manifiesta en el tramo final, de ver con un sentido irónico el valor  terapéutico (casi de poderoso narcótico sedante), para escapar convenientemente de la cruel realidad, como ocurría en La rosa púrpura del Cairo o en Corazonada, películas citadas oportunamente en el artículo precedente.


-Aragonia, C. Grancasa, Cervantes, Palafox, Puerto Venecia, Yelmo-

jueves, 19 de enero de 2017

La tortuga roja (2016 )****

Director: Michael Dudok de Wit
Animación

El guión escrito por Michael Dudok de Wit y Pascale Ferran es aparentemente simple. Nos cuenta la historia de un náufrago arrojado por un embravecido mar a una isla tropical, cuyos únicos inquilinos son tortugas, cangrejos y aves. 

Utiliza para ello un preciosista estilo poético, entrelazado de algún delicado toque de fantasía, inspirado seguramente en los mitos fundacionales de las culturas del Pacífico, incluida la Japonesa (sobre todo en la metamorfosis de la tortuga). Con esos elementos procedentes de los mitos ancestrales que hay detrás de estos animales-símbolo, los creadores de esta bella metáfora en dibujos animados se las arreglan, sin ningún tipo de diálogos, en una hora y veinte minutos, a relatarnos las diferentes etapas de la vida humana en su lucha por la supervivencia. 




Es el debut en el largometraje del animador holandés Michael Dudok de Wit (ganador del Oscar por su cortometraje Father and Daughter, en el año 2000) y que ya tenía una dilatada experiencia como animador, iniciada, por ejemplo, en el segmento Den de Heavy Metal (1981), y desarrollada en Fantasía 2000 (1999), de la Disney.  

La tortuga roja es una coproducción de varias compañías francesas y del Studio Ghibli japonés, cuyos creadores (y fundadores) más significativos han sido los geniales Isao Takahata (productor artístico de esta película que nos ocupa) y el mítico Hayao Miyazaki. 

En una película en la que los "diálogos" los establecen las propias imágenes y los gestos de los personajes humanos y animales, la banda sonora termina por tener un papel decisivo. En ese sentido,  la compositora francesa Laurent Perez del Mar, ha logrado un trabajo de gran belleza y eficacia. No le faltaba experiencia en el campo del cine de animación. Ya había brillado en las partituras de Zarafa (2012), dirigida por Rémi Bezançon y Jean-Christophe Lie, o en El reino de los monos (2015), de Jamel Debbouze. 



No deben perderse esta lección cinematográfica, y no pueden ni deben asustarse ante un cine de animación que ya lleva mucho tiempo dándonos grandes resultados artísticos, más allá de las producciones dirigidas en exclusiva al público infantil. Este es uno de esos casos. Un director ya maduro (con experiencia en trabajos más cortos) ha dado un paso firme hacia la maestría cinematográfica. Con pocos pero medidos y delicados elementos visuales y sonoros ha construido una bella metáfora sobre la vida. ¡Puro cine!


Roberto Sánchez  

-Aragonia-

lunes, 16 de enero de 2017

Proyecto Lázaro (2016 )***

Director: Mateo Gil
Int: Tom Hughes, Charlotte Le Bon, Oona Chaplin, Barry Ward, Julio Perillán, Rafael Cebrián, 
Bruno Sevilla, Daniel Horvath, Alex Hafner, Godeliv Van den Brandt, Melina Matthews, Efrain 
Anglès, Sebastian R. Bugge, Tony Corvillo, Jordi Cots, Oscar Dorta.




Año 2084. Un grupo de médicos logra resucitar por primera vez a un hombre que fue criogenizado 60 años atrás. Marc (Tom Hughes) fue diagnosticado con una enfermedad cuyo pronóstico era de un año de vida. Incapaz de aceptar su final, decide congelar su cuerpo y terminar con su vida antes que la enfermedad le haya destruido. Seis décadas después Marc se convierte en el primer hombre resucitado de la Historia.  

Mateo Gil es un buen guionista. Lo ha demostrado en su estrecha colaboración con Alejandro Amenábar en Tesis (1996), Abre los ojos (1997), Mar adentro (2004) y Ágora (2009). Ya como realizador de largometrajes, también ha firmado sus propios guiones en Nadie conoce a nadie (1999) y el peculiar western titulado Blackthorn (2011).  

Ahora escribe y dirige Proyecto Lázaro, y lo hace con la soltura y eficiencia de un buen cineasta curtido en mil batallas y que quiere seguir haciendo cine de género (ciencia ficción) buscando un equilibrio entre la seriedad de la tésis planteada (la criogenización y resurección efectiva de un ser humano) y las concesiones a la comercialidad, incluyendo una historia de amor eterno (más allá de la muerte, claro) que pueda satisfacer a grupos de público más amplios.


Por cierto, en 1989, el escritor catalán Jordi Sierra i Fabra (especializado en literatura infantil y juvenil) publicaba la novela Edad: 143 años, más preocupado de los entresijos legales y morales que en los científicos y amorosos. Ignoro si Mateo Gil la ha tenido en cuenta para redactar su guión, pero hay queda como referencia literaria para curiosos.

Había una dificultad añadida: un presupuesto más bien escaso para un filme de estas características, pero ese aspecto ha sido superado con éxito. Mateo Gil nos muestra la historia narrada desde el punto de vista del "resucitado" y lo hace con una delicadeza exquisita al mostrar sus recuerdos del "pasado" (que casi es nuestro presente) y una frialdad espeluznante (casi de película de terror) para el tiempo "presente-futuro". Incluso los personajes de ese inquietante futuro, sólamente entrevisto por nosotros (como le ocurre a Marc-Lázaro), parecen haber perdido su lado más humano, asemejándose al estereotipo de androide perfecto que aparece, por ejemplo en series como Humans (iniciada en 2015 para su versión británica). Da la sensación de que la sobreabundancia de androides e inteligencias artificiales en la ficción esté preparándonos para su advenimiento real, pero ese es otro tema...



Proyecto Lázaro es un trabajo apreciable, bien facturado, con muchos elementos sugerentes tanto en contenido como forma, pero lamentablemente no va mucho más allá de lo que se está logrando ya en series televisivas. De hecho podría ser un episodio alargado (y de calidad) de alguna de ellas.

Roberto Sánchez  

-Palafox-

sábado, 14 de enero de 2017

Solo el fin del mundo (Juste la fin du monde, 2016 )***

Director: Xavier Dolan
Int: Léa Seydoux, Nathalie Baye, Gaspard Ulliel, Vincent Cassel, Marion Cotillard, Antoine Desrochers, Sasha Samar.

Tras doce años de ausencia, Louis-Jean (Gaspard Ulliel), un joven escritor regresa a su pueblo natal para anunciar a su familia que pronto morirá. Vive entonces un reencuentro bastante abrupto con su entorno familiar, que descubrimos es especialmente tenso y problemático. Su familia parece envuelta en una eterna batalla dialéctica, en muchos casos con estallidos de histerismo y violencia. Todo muy alejado de la calma y el equilibrio que parece necesitar para despedirse de sus ancestros.

El canadiense Xavier Dolan nació en Montreal en 1989, como director este es su sexto largometraje, y como actor para cine y televisión, ha aparecido acreditado al menos en 18 trabajos. Además, suele escribir sus guiones, y responsabilizarse del montaje. Como también es actor, aparece a menudo en sus películas. No es el caso de Juste la fin du monde, en la que adapta la obra teatral de Jean Luc Lagarce, reuniendo a alguno de los más brillantes intérpretes franceses de varias generaciones. A todos ellos les ha exigido interpretaciones en el límite de lo soportable (forzando la sobreactuación), acercándose con su cámara hasta la misma  piel de los actores / personajes. Primeros y primerísimos planos de sus rostros, recortados, en muchos casos, por el encuadre, seguido de escenas más convencionales, o recuerdos a modo de flash backs, con estética de video-clip, con una "sobreactuación" de diferentes piezas sonoras, junto a las composiciones de Gabriel Yared.




La música está igualmente presente en el inicio y final del film (quizás los momentos más sugerentes), subrayados con el tema Natural Blues, interpretado por Vera Hall, y las máquinas de Moby. Todo es un intento (oportuno en opinión de sus fans y torpe para detractores) por romper la procedencia teatral del texto.




Aunque lo más probable es que salgan anonadados después de la terapia de choque que puede suponer este filme, yo les recomendaría que se aproximaran sin reparos a los universos de este joven realizador canadiense cuyas películas nunca te dejan indiferente. De hecho, y aunque tenga algunos problemas para aceptar sus planteamientos, algunas de sus  obras son magníficos ejemplos de por dónde irá (¡está yendo!) la estética cinematográfica actual, marcada por las fusiones (lo híbrido) con otros géneros audiovisuales y la transexualidad como telón de fondo. 

Recuperen, si quieren conocer mejor su apuesta estético / temática, dos de sus películas: Yo maté a mi madre (2009), su debut en la dirección, y Laurence Anyways (2012), que le hizo más conocido a nivel internacional.

Roberto Sánchez  

-Aragonia-