viernes, 20 de enero de 2017

La ciudad de las estrellas (La La Land, 2016)***

Dir: Damien Chazelle
Int: Emma Stone, Ryan Gosling, John Legend, Rosemarie De Witt, J.K. Simmons, Finn Wittrock, Sonoya Mizuno, Jessica Rothe, Jason Fuchs, Callie Hernandez, Trevor Lissauer, Phillip E. Walker, Hemky Madera, Kaye L. Morris.

La vida en tonos pastel, por Gonzalo J. Gonzalvo.   

Damien Chazelle cambia de registro tras su Whiplash (2014) y regresa a sus orígenes, pues su primer largometraje (Guy and Madeleine on a Park Bench, 2009) fue un musical centrado en el jazz y en la ruptura de una pareja, con el arte, la música y el amor formando (al igual que en La  La Land) , un triángulo indisoluble. Si aquella era una historia en blanco y negro, aquí se ha atrevido con un abanico de colores en los que predominan los tonos pastel que recuerda al Technicolor de los grandes clásicos del cine y, además, llenando la gran pantalla con ese Cinemascope que abre la película llenando nuestro corazón y cerebro de abundantes recuerdos cinéfilos. En este sentido, el comienzo es uno de los grandes aciertos de la película, que apela desde un principio a la querencia y añoranza del espectador hacia el cine clásico. Además de esto, el filme arranca (como diría Cecil B. De Mille) como un terremoto, con una escena brillante que nos introduce de lleno en el género musical y nos presenta a los personajes protagonistas. A partir de aquí asistimos a un drama musical que no llega a la dureza de West Side Story, pero hace que tengamos en mente todos  los grandes clásicos, como Cantando bajo la lluvia o Un americano en París

Además, La La Land, conserva el encanto de los musicales franceses de los sesenta concebidos por  Jacques Demy. Es toda una declaración de amor al cine y al jazz, y tanto Ryan Gosling como Emma Stone están francamente bien. Es un filme muy agradable de ver, con una estética de colores que por momentos recuerda al mejor Almodóvar, a Michel Gondry (en especial a la mágica y surrealista La ciencia del sueño) y a los grandes musicales clásicos. A mí no me ha llegado a emocionar pero desde luego es un filme hermoso y muy agradable de ver. Quizá sea porque la época de los grandes musicales ha pasado ya indefectiblemente, o a lo mejor  su particular estética, resulta un tanto artificial, aunque seguramente ahí reside también gran parte de su magia. 



Con el jazz y el mundo del cine como hilos conductores (ésta es una de esas películas que explota el recurso que yo denomino “intracine”, y que consiste en mostrar el mundo del cine dentro de la propia película), La La Land, que vendría a ser “La tierra de la música”, nos cuenta el drama vital individual y, después en pareja, de dos artistas ambiciosos que luchan sin cesar para conseguir sus sueños: Él, tener un club de jazz propio donde tocar emulando a los grandes clásicos y, ella, triunfar como actriz. Los números musicales van dosificados, aunque la película pierde algo de fuelle tras ese comienzo tan vital y deslumbrante, y vuelve a recuperarlo hacia su parte final, con un broche de calidad notable por parte de Chazelle (que prepara para 2018, con Gosling como protagonista, un biopic sobre Neil Armstrong, el primer hombre en pisar la luna). Tanto Gosling, que encarna al pianista Sebastian, como Emma Stone, que encarna a Mía, la camarera aspirante a actriz, están muy bien. Actúan, cantan y bailan como si lo hubiesen hecho toda la vida. ¿Contagian su optimismo, alegría o tristeza al espectador? En algunos momentos más que en otros, pues los resortes y mecanismos del musical clásico de los años 40 y 50 resultan hoy en día muy artificiales. Sólo una obra maestra como Cabaret ha podido resistir, para mí, el paso del tiempo por su contexto histórico argumental y su perfección como musical. 

No me parece La La Land una obra maestra que vaya a revolucionar y revitalizar ahora el musical, pero a pesar de todo, Damien Chazelle ha logrado hacer algo muy difícil: un drama musical que atrae público a la sala de todas las edades (el día que yo la vi había bastante gente joven, seguramente también atraídos por el gancho físico de los protagonistas), con una deliciosa partitura musical de Justin Hurwitz y una maravillosa fotografía de Linus Sandgren que me recuerda también a esa otra maravillosa película musical que adoro y que se llamó aquí Corazonada (One From the Heart, 1982), que salió de la mente de ese genio del cine llamado Francis Ford Coppola.  

Como declaración de amor al cine me quedo, sin duda, con Cinema Paradiso o La rosa púrpura del Cairo, pero desde luego La La Land es también una hermosa declaración de amor al séptimo arte, así como una reflexión acerca del amor idealizado, de la ambición, de los sueños y del triunfo y el fracaso que flotan sobre todo ello en ese extraño viaje que denominamos vida.


El musical revisitado, por Roberto Sánchez López 

La factoría de sueños de Hollywood sigue intentando recuperar el cine musical que le diera tantos éxitos en el pasado. ¿Será La La Land, la película que le permita recuperar el filón? Ya veremos, aunque de momento las cifras de asistencia que está logrando y la campaña internacional para promocionarla nos dicen claramente que el cine americano quiere recuperar el género buscando espectros de público más amplios. 

Ahora me gustaría seguir matizando algunas de las opiniones vertidas por Gonzalo J. Gonzalvo, en el artículo anterior. La coincidencia en cuanto a la valoración general es plena, aunque Ryan Gosling, para mi gusto, está muy poco fino en eso de la danza y la canción. De hecho a mi me parece durante todos los números musicales más tieso que un palo, sometido a los pasos de la  coreografía aprendida, sin ninguna gracia ni fluidez. Enma Stone está ligeramente mejor; pero dónde destacan es en la interpretación dramática (y de comedia, cuando es necesario).



La película tiene jazz, pero menos del que yo habría deseado. Juega con habilidad dramática con la pasión que siente su protagonista por el jazz más puro (un ejemplo citado, y escuchado, es el pianista y brillante compositor Thelonius Monk) y la acuciante necesidad de trabajar,aunque sea cediendo ante la comercialidad que representa Keith, un antiguo compañero de estudios, que le ofrecerá la opción de tocar en su grupo, e interpretado por el músico, productor y compositor John Legend, que se mueve en el mundo real con  gran soltura por el Rhythm and blues, el hip hop, el soul, el neosoul, o el Jazz Fusion. Todo parece un reflejo de la ya larga relación (desde la etapa universitaria en Harvard) que une a Damian Chazelle y Justin Hurwitz, el responsable de la música de sus películas. En esta ocasión Hurwitz ha compuesto una partitura excelente, entreverada de un jazz ligero y juguetón, que se relaciona sin estridencias con fragmentos de música clásica (Tchaikovsky o Verdi), o bien con el pop de los 80 (a-ha, Soft Cell), o con partituras de películas clásicas (la de Rebelde sin causa de Leonard Rosenman). 

En cualquier caso, estamos ante una película ante la que resulta muy fácil disfrutar, bien por el sentido homenaje al cine musical clásico, bien por la arriesgada apuesta, manifiesta en el tramo final, de ver con un sentido irónico el valor  terapéutico (casi de poderoso narcótico sedante), para escapar convenientemente de la cruel realidad, como ocurría en La rosa púrpura del Cairo o en Corazonada, películas citadas oportunamente en el artículo precedente.


-Aragonia, C. Grancasa, Cervantes, Palafox, Puerto Venecia, Yelmo-

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