jueves, 28 de diciembre de 2017

Star Wars: Los últimos Jedi (2017)**

Dir: Rian Johnson
Int: Daisy Ridley, John Boyega, Adam Driver, Óscar Isaac, Mark Hamill, Carrie Fisher, Kelly Marie Tran, Domhnall Gleeson, Benicio del Toro, Laura Dern, Andy Serkis, Gwendoline Christie, Lupita Nyong'o, Anthony Daniels, Frank Oz, Warwick Davis, Justin Theroux, Billie Lourd, Lily Cole, Temirlan Blaev, Sara Heller, Josiah Oniha, Joonas Suotamo, Joseph Gordon-Levitt.

Los últimos brillos de lo que fue La guerra de las galaxias 

Vaya por delante que sé que a muchos fans de Star Wars no les va a gustar este artículo, pero he de ser consecuente con lo que me ha parecido esta última, penúltima..., o quien sabe, entrega de la ya cuarentona saga de Star Wars

No es un mal director Rian Johnson, aunque su territorio es más la televisión y las series (pues ha sido uno de los directores de la excelente Breaking Bad), ésto quizá vaya ya dando pistas de por dónde va la cosa. Con su primer largometraje Brick (2005), gana el Premio Especial del jurado en Sundance, con un thriller que resulta ser un Neo Noir más que curioso. En Looper (2012), un thriller futurista con reparto de estrellas (Bruce Willis, Jeff Daniels, Emiy Blunt), consolidó su fama internacional (aunque reconozco que tampoco es un filme que me emocione). Pues, ahí es nada, a Johnson le ha tocado lidiar con la saga Star Wars y éste Los últimos Jedi, inagotable “a priori” saga galáctica nacida de la mente genial de un señor llamado George Lucas, y que allá por 1977 nos hizo soñar y ver el cine de ciencia ficción de otro modo con La guerra de las galaxias




Mucho ha llovido desde entonces: Dos trilogías completas y dos filmes de una tercera (El despertar de la fuerza y Los últimos Jedi) a la que, al parecer, el propio Johnson pondrá broche final allá por 2020 con un filme del que aún se desconoce el título.  

De la primera trilogía, conducida por George Lucas, Irvin Kershner y Richard Marquand (está claro que para mí sin duda la mejor), decir que contaba con el soporte de guionistas como Lawrence Kasdan, Leight Brackett o el propio Lucas (ahí es nada, vaya tres), hecho que marca una barrera de calidad infranqueable para la última trilogía en vigor y las que vengan. Lo que nos cuenta Los últimos Jedi en esta última entrega es que la llamada Primera Orden, con su oscuro poder, tiene contra las cuerdas a las fuerzas rebeldes de la República, lideradas por la general Leia Organa (último papel de Carrie Fisher). Con la ayuda de un viejo Jedi (Luke Skywalker), la fuerza de pilotos liderada por Poe Dameron intentará destruir un enorme acorazado de la Primera Orden de gran poder destructivo. 




Sin llegar al hastío que este filme le ha producido a mi colega Carlos Boyero, quien textualmente dice acerca de la película: “Más de lo mismo, que matraca...guión sin pies ni cabeza...ha degenerado en un serial tan calculado y fofo que me aburre a morir, sin inspiración ni alma”; coincido con él en que lo que empezó con una historia y personajes fascinantes (Luke, Leia, Darth Vader, Han Solo, Yoda, etc.) se ha convertido en una interminable franquicia de enormes resultados comerciales (ganan más dinero con el merchandising que con la propia película) pero que, desde luego, para el que escribe y suscribe, ha perdido gran parte de su magia. De esa magia que nos cautivó a finales de los 70 y comienzos de los años 80 del siglo veinte. 




Son precisamente los pocos personajes originales que quedan (el recuperado y viejo Jedi Luke Skywalker, la eterna y querida princesa Leia tristemente desaparecida este año, los droides C3PO y R2D2 acompañados de ese entrañable gigante peludo llamado Chewacca), los que siguen aportando el mínimo aliciente  que le queda  a esta saga intergaláctica que, está claro, quieren perpetuar para tener enganchadas a las nuevas generaciones, con nuevos personajes y aventuras que cada vez tendrán menos que ver con la propuesta original de La guerra de las galaxias (ésto mismo ya pasó con Star Trek, cuya primera película dirigida por Robert Wise era una obra maestra de la ciencia ficción). 



Los últimos Jedi es impecable a nivel técnico (faltaría más) gracias a la unión de la ILM del señor Lucas más el poder de los Walt Disney Studios. Esta penúltima entrega (o lo que demonios vaya a ser según las que hagan después) juega al despiste desconcertando a gran parte de los seguidores de la saga, en un intento casi suicida de dar una vuelta de tuerca a la saga en la que “todo vale”. Y, desde luego, señor Johnson (autor también del guion) , no, no todo vale. La saga de Star Wars (ya no es La guerra de las galaxias, el marketing yanqui se impone) es eso, una saga muy muy rentable….pero que...hace mucho...mucho tiempo….que ha perdido su encanto y espíritu original. Quizá esa magia se haya quedado en  “aquella galaxia...muy...muy lejana". 

Al menos nos quedan los maravillosos acordes de ese genio octogenario de la música de cine llamado John Williams… Que la Fuerza nos acompañe….la vamos a necesitar.

Gonzalo J. Gonzalvo





Ya nada brilla en en La guerra de las Galaxias

O sí, algo brilla, pero son los efectos especiales, y lo hacen muy poco en realidad. Nada novedoso hay sobre la pantalla perlada, ni en los juegos de artificio de esos trucajes, ahora digitales, ni en el vano intento de emular, modernizando y rejuveneciendo a los personajes, la eficiente Star Wars: Episodio V - El Imperio contraataca (1980), de Irvin Kershner, guionizada por Leigh Brackett, Lawrence Kasdan y el mismísimo George Lucas. En realidad, se mantiene el rotundo patinazo artístico de la anterior entrega Star Wars: Episodio VII - El despertar de la Fuerza (2015), a su vez un remedo demasiado clónico de Star Wars: Episodio IV - Una nueva esperanza (1977), que fue el inicio efectivo de toda la saga y cuyos rasgos característicos que fusionan y mezclan diversos elementos genéricos de la ciencia-ficción, el western, o las historias legendarias de los caballeros artúricos, dieron como refinado resultado la exitosa idea de una nueva Space Opera cinematográfica, renacida de las cenizas de las ínfimas series de bajo presupuesto que no lograron dignificar este subgénero en las décadas inmediatamente anteriores.




Siento decir que en mi opinión crítica, estaría más cerca de la de Carlos Boyero que de la de mi colega Gonzalo J. Gonzalvo, si no fuera por que Rian Johnson ha logrado construir un relato entretenido, a pesar de que soporta no pocos lastres. El más pesado es el de los productores (la reaccionaria Disney) y su afán por infantilizarlo todo (léase los Porgs, por ejemplo) hasta extremos impensables, incluyendo las historias con personajes extrafalarios y ridículos y los giros de guion forzados. El único propósito es la búsqueda, a costa de lo que sea (ridículo incluido), de nuevos públicos más jóvenes y a los que no es tan complejo satisfacer. Estos planteamientos parecen haber obligado al guionista (el mismo Rian Johnson) a "saltarse a la torera" cualquier verosimilitud recomendable y, al final, la fidelidad a la historia original. Aunque, todo hay que decirlo, este realizador y su hipervalorada Looper  (2012), no ha debido poner muchos incovenientes ya que aquel guion no era precisamente un dechado de coherencia narrativa a la hora de explicar y dar sentido a los sorpresivos saltos en el tiempo (literales) del film. 




Hay otra cuestión en la que discrepo con mi querido compañero de fatigas críticas Gonzalo J. Gonzalvo. Mi opinión sobre el trabajo de los veteranos  Carrie Fisher (1956-2016) y Mark Hamill (nacido en 1951).  La recientemente fallecida Carrie Fisher está decididamente desapareciendo a lo largo del metraje, su personaje se desvanece..., y en el caso del segundo, puede entenderse perfectamente, sufriendo su interpretación, que nunca haya hecho nada memorable después de su Luke Skywalker de la trilogía central. Hacia tiempo que no veía y sufría un actor tan pésimo y deplorable en una superproducción de éxito..., en taquilla.
Un auténtico y ridículo guiñapo humano imposible de creer...




Y, al contrario, los jóvenes Daisy Ridley (Ray) y Adam Driver (Kylo Ren), están correctos en la construcción de sus personajes a pesar de que el guion va siempre en su contra. Los que no han superado la prueba (quizás ante el absurdo continúo de sus personajes) han sido los, casi siempre brillantes, Oscar Isaac (Poe Dameron) y Laura Dern (la Vicealmirante Holdo).

En fin, y para ir terminando, sólo los más enfebrecidos "frikis" sacarán algo en claro de esta estrella que ya no brilla; y, si la "fuerza" no lo impide, terminará por desintegrarse en la nada. 

Aunque aún me quedan las ligeras chispas de esperanza que espero surgan de los spin-offs de la serie, como las ya vistas en Rogue One: Una historia de Star Wars (2016), de Gareth Edwards, o las que están por provocar una nueva llamarada en Solo: A Star Wars Story (2018), de Ron Howard. De verdad, deseo que con ellas pueda salvarse del ridículo una de las sagas más importantes de la ciencia-ficción cinematográfica.

Roberto Sánchez

-Aragonia, C. Grancasa, Palafox, Puerto Venecia, Yelmo-

sábado, 23 de diciembre de 2017

Suburbicon (2017)***

Dir: George Clooney
Int: Matt Damon, Julianne Moore, Óscar Isaac, Glenn Fleshler, Noah Jupe, Michael D. Cohen, Steve Monroe, Gary Basaraba, George Todd McLachlan, Carter Hastings, Dash Williams, Alex Hassell, Lauren Burns, Tony Espinosa.

Estamos ante un guion original de Joel y Ethan Coen, reescrito por George Clooney y Grant Heslov. Siempre me preguntaré, qué hubiera sido de esta película si la hubieran dirigido los hermanos Coen, que estuvieron en el origen de todo... 

Un misterio criminal ambientado en un tranquilo pueblo familiar norteamericano durante los años 50, donde lo mejor y lo peor de la humanidad se ve reflejado en las vidas de la gente corriente. Cuando un allanamiento de morada se vuelve mortal, una familia aparentemente perfecta empezará a hacer uso del chantaje, la venganza y la traición. 

Muchos de los temas y ambientes queridos de los creadores de Sangre fácil (1984), Arizona Baby (1987), Muerte entre las flores (1990) o Fargo (1996), están presentes en Suburbicon. De hecho, parece que esta historia, ahora retomada por Clooney, fue escrita en los años ochenta. Y, aunque los Coen siempre han sido muy fieles a su manera de contar y ver el mundo, parece que Suburbicon encajaría muy bien en cómo los Coen observaban la "América profunda" durante los ochenta y los noventa, recreándola con ironía y sobriedad en Fargo, la película, una de sus obras maestras incuestionables, esa que ha tenido, probablemente, la mejor precuela (en forma de serie, del 2014 al 2017) de la historia del cine, una más que atractiva experiencia en la intervinieron 13 directores y 6 guionistas diferentes pero en la que los Coen (como productores ejecutivos) ejercieron un exquisito control como auténticos creadores, logrando de ese modo una coherencia en su estilo narrativo que, por cierto, no es tan evidente en la interpretación que hacen Clooney-Heslov al pasearse por los lugares físicos y los turbios recovecos morales de la zona residencial de Suburbicon.


Quizás, los Coen son los cineastas que con más éxito han retratado la profunda estupidez del ser humano. Las catástrofes que podemos provocar en nuestro entorno, y a nosotros mismos, por actuar con  esa simpleza que lamentablemente está tan potenciada por los círculos del poder, por otra parte inevitablemente compuestos por personajes igualmente incompetentes. Los Coen, con todo, logran que empaticemos con sus personajes, con los que después de todo, y si uno mira bien en su interior, tenemos tantas cosas en común. Clooney y Heslov, siguéndoles de cerca, prefieren un tono de "gran guiñol", más esperpéntico (si me permiten el término), superficial y espectacular.



En cualquier caso, detrás de escenas que invitan a la hilaridad, por el camino del absurdo, la conclusión es la muerte y la destrucción. Sólo el azar parece tener sentido. Lo peor de todo es que ni siqiera los Coen (ni Clooney) superan a la realidad, terrible en muchos casos y que no deja un respiro, ni una mirada cómplice y comprometida, que sí nos permite el cine de George Clooney que, además, en este caso, se decidió por primera vez a quedarse por completo detrás de las cámaras. 



Aunque está lejos de lo logrado en sus dos primeras y notables películas como director (Confesiones de una mente peligrosa, de 2002; o Buenas noches y buena suerte, de 2005), la trayectoria como director y productor, de este rutilante actor y estrella del Hollywood actual, parece firme.

Roberto Sánchez

-Aragonia, Palafox-

Alanis (2017)***

Dir: Anahí Berneri
Int: Sofia Gala, Dante Della Paolera, Santiago Pedrero, Dana Basso, Silvina Sabater

Cuando la vida no es bella             

El significado etimológico de Alanis (nombre de origen celta) es: “bella y alegre, de noble armonía”. Y joven y bella es la protagonista de Alanis (que en boca de todos los que la rodean parece inevitable relacionar con el de la famosa cantante Alanis Morrisette, aunque ella siempre reacciona ante la referencia con una mirada escéptica). 

Una película argentina a caballo entre el drama y el documental que se llevó los premios a “mejor dirección” y “mejor actriz” en el último festival de cine de San Sebastián, así como el premio coral (película y actriz) en el festival de La Habana. El guión y la dirección corre a cargo de la directora argentina Anahí Berneri, y nos cuenta la historia de Alanis, una joven prostituta que es madre de un niño pequeño y que intenta salir adelante como puede en la metrópoli de Buenos Aires. 

Con un estilo realista que la emparenta con el cine latinoamericano dramático de Arturo Ripstein y también con ese Biutiful (2010), de Alejandro González Iñárritu, otro ilustre cineasta mexicano, aunque el cine de Berneri no es tan bellamente poético ni tan descarnado como el de éstos dos pesos pesados de la tragedia. Quizás, desde una óptica claramente feminista, se aproxima más al cine seco y efectivo de los hermanos Dardenne.



Alanis es un fresco sobre la realidad de tantas mujeres latinoamericanas que se ven abocadas a la prostitución como única salida para sobrevivir (sobre todo si además tienen otras bocas que alimentar). El filme de Anahí Berneri es duro, pero deja al espectador una visión neutra sin echar carga dramática añadida, evitando una óptica sensacionalista o el recurso de la lágrima fácil. De hecho, hay momentos en los que parece claro que Alanis ha decidido que su trabajo, por duro, desagradable y arriesgado que sea, merece más la pena que "limpiar la mierda" de los demás, por una cantidad de de dinero irrisoria...  

Las historias dramáticas han sido la especialidad de esta directora desde su ópera prima Un año sin amor (2004). Mujeres jóvenes y luchadoras  que han de afrontar situaciones duras, tema recurrente que Berneri ya exploró en Por tu culpa (2010). Con su siguiente trabajo Aire libre (2014), que es justo el anterior a éste, ejercía también la crítica social de los “estados del bienestar” y de las metas materiales que, se supone, toda persona o pareja joven debe aspirar a conseguir. Paraísos sociales que nos son vendidos por las multinacionales y grupos de poder para crearnos cada vez mayores necesidades. 



Alanis es, probablemente, su mejor obra hasta ahora, aunque el espléndido trabajo de su protagonista, Sofía Gala, es lo que más contribuye a hacer de este trabajo fílmico un ejercicio notable. Quizá esa misma frialdad y distanciamiento de su tono semi-documental juega también en su contra a la hora de crear una cercanía y una complicidad del espectador con el personaje protagonista que, además, tiene  sus claroscuros. Personaje, el de Alanis, que sin desmerecer el trabajo de los secundarios (están todos muy bien en sus breves apariciones) acapara casi toda la atención y argumento de una historia que, a pesar de su carga dramática, resulta excesivamente simple y ya tratada en multitud de documentales y en filmes de mayor entidad artística, como fue en su momento Princesas (2005) de Fernando León de 
Aranoa.  

Un filme interesante de una cineasta que sigue dando testimonio de la importancia de la cinematografía argentina y de sus creadores. 

Gonzalo J. Gonzalvo

-Aragonia-

miércoles, 20 de diciembre de 2017

Coco (2017)**

Dir: Lee Unkrich y Adrian Molina
 
El guion es de Adrian Molina y Matthew Aldrich, la historia original de Lee Unkrich, Jason Katz, Matthew Aldrich y Adrian Molina. Está claro que Adrian Molina, el hispano, ha logrado imponer  algunos aspectos de su cultura de origen, aunque en una medida inferior a lo que aparenta en su aspecto superficial. 

Miguel es un joven con el sueño de convertirse en leyenda de la música a pesar de la prohibición de su familia. Su pasión le llevará a adentrarse en la "Tierra de los Muertos" para conocer su verdadero legado familiar. 

Lee Unkrich, ahora mismo, dentro de la factoria Disney-Pixar quizás sea uno de los más prestigiosos directores. Ha participado como director en Toy Story 2 (1999), Monstruos, S. A. (2001), Buscando a Nemo (2003), Toy Story 3 (2010) y ahora Coco. Adrian Molina, el factor hispano del que hablaba un poco antes, es un californiano, descendiente de mejicanos, que debuta en la dirección pero que pertenece desde hace tiempo a la factoría Pixar. Fue guionista en Monstruos University (2013) y en El viaje de Arlo (2015), y trabajó en el departamento de animación (para los créditos finales) de la mítica Ratatouille (2007).



De vez en cuando, y si participa Pixar, me atrevo a consumir una película de animación Disney. El cine "familiar",  me repugna y generalmente me da mucho miedo. Detrás de él suele esconderse una visión reaccionaria, mentirosa y manipuladora de la realidad, y encima suele estar cada vez mejor construido desde el punto de vista formal, con lo que la eficacia a la hora de influenciar "positivamente" a los más jóvenes es evidente. 

Las visión monolítica de Trump, tan poco favorable al vecino del sur, parece querer suavizarse en Coco, un caramelo envenedado, capaz de hacernos reir, llorar y soñar con la apariencia de paraíso capitalista que tiene esa "Tierra de los Muertos" en la que transcurre el fim, una suerte de parque temático para esqueletos (mexicanos).



De nuevo, saludo con respeto a esta factoría de animación, capacitada para seguir produciendo películas de animación de éxito casi seguro. La posible reivindicación de lo latino (mexicano), queda tan embadurnada de la babosa blandura "Disneyana", de su excelsa corrección política, que las evidentes virtudes formales de Pixar, también en sus historias que en el pasado incluían dósis mínimas de alusiones satírico-críticas, siempre reconfortantes, pasan a un plano secundario. Ahora lo importante es hacer taquilla y no cerrar las puertas del gran nicho de mercado que suponen Los Estados Unidos Mexicanos. 

Vamos, que esta película no es para nada la obra maestra que algunos han querido ver en ella...

Roberto Sánchez

-Aragonia, C. Grancasa, Palafox, Puerto Venecia, Yelmo-

martes, 19 de diciembre de 2017

Llueven vacas (2017)**

Dir: Fran Arráez
Int: María Barranco, Gemma Charines, Víctor Clavijo, Secun De La Rosa, Asier Etxeandia, Pedro Miguel Martínez, Laia Marull, Carmen Mayordomo, Gloria Muñoz, Eduardo Noriega, Sergio Peris-Mencheta, Mónica Regueiro, Maribel Verdú.

Fernando (Victor Clavijo, Secun De La Rosa, Asier Etxeandia, Pedro Miguel Martínez, Eduardo Noriega, Sergio Peris-Mencheta) y Margarita (María Barranco, Gemma Charines, Laia Marull, Carmen Mayordomo, Gloria Muñoz, Mónica Regueiro, Maribel Verdú) son una pareja que vive en un hogar en el que el manda y ella obedece. De aquí nace un juego perverso en el que Fernando propone y Margarita acepta. Los dos llevarán este juego hasta sus últimas consecuencias.

El granadino Fran Arráez debuta como guionista y director de cine con Llueven vacas. Basada en el libro de Carlos Be, apuesta por una estrategia arriesgada. Primero, al utilizar una puesta en escena en la que su experiencia como actor y director teatral se hace explícita, de ahí el uso de un solo escenario; y segundo, al utilizar a 13 actores que ircorporan a los dos únicos personajes (seis a Fernando y siete a Margarita) para escenificar la geografía del maltrato, de la evidente (y nada potencial) violencia que el hombre ejerce sobre la mujer en la relación de pareja, en el pasado y en el presente.



La película es fallida ya que no logra superar la mencionada teatralidad de un planteamiento, en efecto, valiente y que, hay que reconocerlo, logra en muy poco tiempo (quizás, demasiado pronto) transmitir la incomodidad, el dolor y el miedo que pueden provocar algunos hombres y sufrir (en muchos casos hasta la muerte) sus compañeras. 




Hecho en falta, sin embargo, y más allá del ejercicio simbólico y generalizador (varios actores y actrices para dos únicos personajes), una contextualización mínima, que nos explique cómo nuestra historia y un regímen político y religioso, que imperó durante más de 40 años en el siglo XX, condicionó e impulso un sistema social que favoreció el predominio del machismo y un desprecio de lo femenino sólo comparable con el de la Edad Media y el mundo musulmán más integrista. Lo más terrible y desesperanzador es que el nuevo y sacralizado régimen democrático-monárquico-neocapitalista no ha mejorado las cosas y sólo hay que hacer un pequeño recordatorio de las numerosas mujeres que siguen cayendo víctimas de los malos tratos a manos de hombres de todas las clases sociales.¡Algo anda muy mal en el paraíso democrático del PP!, y no es posible que los catalanes y los "podemitas" tengan la culpa de todo...



Por cierto, se pudo ver durante el reciente Festival de Cine de Zaragoza y se estrenó en los Cines Aragonia, pero la resaca de estrenos navideños la ha hecho desaparecer de la cartelera zaragozana de modo inmisericorde...

Roberto Sánchez

sábado, 16 de diciembre de 2017

El precio de la risa (2017)**

Dir: Gabriel Lechón Cuello 

Primer documental que se realiza sobre la vida y experiencias del actor turiasonense Paco Martínez Soria (1902-1982). Un trabajo de la productora aragonesa Temple Audiovisuales, dirigido por Gabriel Lechón Cuello y con guión de Pablo Urueña. La historia de este emprendedor de las artes escénicas de comienzos del S. XX es revelada a lo largo de este trabajo a través de entrevistas a grandes actores y personalidades del cine y  teatro español como José Sacristán, Emilio Gutiérrez Caba, Juan Mariné o Arturo Fernández entre otros. 


En buena medida, el documental parte del libro de Javier Lafuente El Don de la Risa, de la editorial Doce Robles, un concienzudo análisis de la trayectoria de este artista aragonés de indudable éxito y aceptación popular. Era extraño que desde el cine documental no se le hubiera dedicado más atención, ya que estamos ante todo un fenómeno sorprendente de continuidad en el éxito. Las propuestas de cine comercial que protagonizó durante los años sesenta siguen acaparando audiencias cuando vuelven a pasarse por la televisión. En ciertos aspectos, las películas dirigidas por Pedro Lazaga, La ciudad no es para mí (1966), El turismo es un gran invento (1968) o Abuelo Made in Spain (1969), siguen simbolizando lo que somos los españoles y una cierta nostalgia de un pasado marcado por una indiferencia  casi absoluta hacia el sistema político dictatorial y autoritario impuesto por una rebelión militar,  que logró igualmente un gran éxito "orweliano", al lograr extirpar casi por completo los recuerdos y la historia de la Segunda República Española. No es arriesgado decir que algunos éxitos recientes de la comedia cinematográfica española, dirigidos por Nacho G. Velilla (éste también aragonés) o Emilio Martínez Lázaro, beben de algunos de los planteamientos surgidos de la alizanza cinematográfica entre Pedro Lazaga y Paco Martínez Soria.

El libro, y el documental, se ocupan con acierto de reivindicar la figura de Paco Martínez Soria como hombre de teatro en su doble faceta de actor y empresario. Quedan muy bien definidos su firme y entregada dedicación a ese mundo (que también fue exitoso, pero con luces y sombras) y el reconocimiento que se ganó a pulso entre la profesión, como dejan claro los prestigiosos entrevistados. 

Debo reconocer que el documental, leído el libro de Javier Lafuente, se me quedó escaso en profundidad y que su estilo no va más allá del correcto reportaje televisivo, aunque algo más extenso de lo habitual. La simple alternancia, algo rutinaria, de fotografias, fragmentos de sus películas (bien escogidos, hay que reconocerlo), con entrevistas al uso, resueltas en el aspecto formal de modo correcto pero un millón de veces visto, suponen un evidente lastre que me hicieron ir perdiendo poco a poco el interés por una figura, que sin ninguna duda, merece este documental y probablemente algunos más.




El cine documental es un género complejo, en el que resulta difícil innovar, pero no imposible. La dirección de Gabriel Lechón y el guión de Pablo Urueña han preferido limitarse a deshacer algunos de los tópicos sobre el actor aragonés, sin arriesgar (en lo formal) lo más mínimo. Aunque es de agradecer que se recupere la memoria de un hombre que lo dio todo por el teatro, al que dedicó buena parte de los rendimientos económicos que obtuvo del cine, también es cierto que Lechón y Urueña no quieren, o no pueden, profundizar en el contexto político en el que se desenvolvió su larga trayectoria. Quizá este sea un indicativo más de la persistencia de una amnesia inducida sobre lo que realmente supuso la dictadura franquista y que todavía pervive y se potencia en los gestos, y  en alguna que otra perniciosa idea monolítica de algunos de los partidos autodenominados constitucionalistas, sobre lo que inevitablemente debe ser España y la democracia.

Roberto Sánchez

-Aragonia-

jueves, 14 de diciembre de 2017

Asesinato en el Orient Express (2017)***

Dir: Kenneth Branagh
Int: Kenneth Branagh, Penélope Cruz, Willem Dafoe, Judi Dench, Johnny Depp, Michelle Pfeiffer, Daisy Ridley,  Josh Gad, Tom Bateman, Derek Jacobi, Manuel García-Rulfo, Leslie Odom Jr., Lucy Boynton, Sergei Polunin, Olivia Colman, Miranda Raison, Chico Kenzari, Ziad Abaza.


Durante un viaje en el legendario tren Orient Express, el detective belga Hercules Poirot (Kenneth Branagh) investiga un asesinato cometido en el trayecto. Las portentosas capacidades deductivas del investigador se enfrentan al hecho de que todos los pasajeros del tren son evidentemente sospechosos.

Esta historia fue primero una conocida novela de misterio de la escritora británica Agatha Christie,  publicada en 1934. Como casi todas sus obras, ha sido fuente de inspiración para el cine. De hecho, esta adaptación dirigida por Kenneth Branagh y escrita por Michael Green, un guionista de moda que ha participado, entre otros trabajos, en los guiones de Logan (James Mangold, 2017), Blade Runner 2049 (Denis Villeneuve, 2017) o la serie Heroes (2006-2007), supone un homenaje por sus planteamientos generales, a la ya mítica versión de 1974, dirigida por Sidney Lumet y adaptada por Paul Dehn, con un reparto espectacular (entonces reunió a Albert Finney, Lauren Bacall, Martin Balsam, Ingrid Bergman, Jacqueline Bisset, Jean-Pierre Cassel, Sean Connery, John Gielgud, Wendy Hiller, Anthony Perkins, Vanessa Redgrave, Rachel Roberts, Richard Widmarck, Michael York, Colin Blakely, etc...). Intenta repetirse la fórmula, reuniendo a un plantel de actores estelar, en cierta medida equivalente al del pasado.

Otras versiones de la novela se pensaron para la televisión, como la aceptable Asesinato en el Orient Express (2001), dirigida por Carl Schenkel (en la que Alfred Molina fue Poirot), o la mini-serie japonesa de dos episodios, Oriento kyuukou satsujin jiken (2015), de Keita Kôno, en la que Poirot pasa a llamarse Takeru Suguro y es interpretado por Mansai Nomura.

Otra cuestión importante era la de decidir la duración de la nueva adaptación. Y se ha optado por aproximarse de nuevo al modelo de Lumet (1974), aunque reduciendo ligeramente las 2 horas y 8 minutos de aquella a 1 hora y 54 minutos de la actual.



También era clave decidir que actor podría darnos el perfil adecuado de Poirot, un belga bastante peculiar al que Agatha Christie convirtió en una inteligente parodia de Sherlock Holmes. Que sea un actor-director británico, con debilidad por Shakespeare (en el cine ha dirigido, adaptado e interpretado con brillantez Enrique V, Hamlet o Mucho ruido y pocas nueces, por citar las que a mi más me gustan) y que no tiene reparos en asumir la dirección de películas de géneros populares como en Thor (2011) o Jack Ryan: Operación Sombra  (2014), permite hacer unos cuantos guiños a la tradición británica literaria y cinematográfica. Como actor es también muy versatil, logrando construir un personaje a medio camino entre el superhéroe y el genio inadaptado. No es fácil asumir a un personaje como Poirot, y es uno de los pocos terrenos en los que la última versión supera claramente a las anteriores. 




Resulta muy divertido para cualquier cinéfilo que se precie (que ya pinte canas, a ser posible) ver cómo se han repartido los personajes y cuáles serían sus equivalentes actuales. La magia de comprobar cómo todos tienen su momento de lucimiento habla muy bien de un guion que sabe, de nuevo, trasladar del papel a las imágenes la habilidad que Agatha Christie tenía para perfilar a sus personajes.

Roberto Sánchez

-Aragonia, C. Grancasa, Palafox, Puerto Venecia, Yelmo-

El sacrificio de un ciervo sagrado (2017)****

Dir: Yorgos Lanthimos
Int: Colin Farrell, Nicole Kidman, Barry Keoghan, Raffey Cassidy, Sunny Suljic, Alicia Silverstone, Bill Camp.

Steven (Colin Farrell) es un eminente cirujano casado con Anna (Nicole Kidman), una respetada oftalmóloga. Viven felices junto a sus dos hijos, Kim (Raffey Cassidy) y Bob (Sunny Suljic). Cuando Steven entabla amistad con Martin (Barry Keoghan), un chico de dieciséis años huérfano de padre, a quien decide proteger, los acontecimientos dan un giro siniestro. Steven tendrá que escoger entre cometer un impactante sacrificio o arriesgarse a perderlo todo. 

Si esta película no fuera del realizador griego Yorgos Lanthimos, les diría que con la linea argumental esbozada un poco antes, mejor ocuparse de otros asuntos. Pero, ahora mismo, Lanthinos es de los pocos cineastas capacitados para sujetarnos firmente frente a la pantalla, aunque mostremos inconscientemente gestos de salir corriendo, de no querer seguir mirando, como en la primera escena...Su cine nos propone siempre una visión dura, sobria e inquietante de la sociedad en la que nos ha tocado sobrevivir (con no pocos esfuerzos).





La primera "bofetada" que me dio Lanthimos fue Canino (2009). Es decir, fue la primera película de este importante cineasta, nacido en Atenas en 1973, que yo pude ver. En los últimos años, sólo había tenido experiencias parecidas con el cine de Michael Haneke o el de Lars von Trier. Parece mentira que su primer largometraje, O kalyteros mou filos (2001), fuera una comedia, ya que pronto su cine deriva hacia planteamientos radicalmente dramáticos, frios y muy inquietantes. Desde Langosta (2015) su cine habla en inglés. Aquella era una producción totalmente europea, pero en El sacrificio de un ciervo sagrado, hay además de la producción británica e irlandesa, inversión norteamericana. 




No es fácil de imaginar, pero Lanthimos es capaz de conjugar a Buñuel con la Tragedia Griega, a Haneke con el cine de terror, y de lo que parece un combinado imposible, lograr un destilado de perfección y sobriedad narrativa. Al igual que en el pasado sacó un rendimiento excelente a los actores griegos, ahora logra resultados magníficos de Colin Farrell (que ya protagonizó Langosta), Nicole Kidman y del menos conocido Barry Keoghan, un joven actor irlandés que pudimos ver tambien en ´71 (Yann Demange, 2014) y en Dunkerque (Christopher Nolan, 2017). Y me detengo un poco en él,  por que su personaje de Martin parece sacado directamente de una de esas tremebundas tragedias griegas. La maldición que impone sobre Steven y su familia es implacable y la clave para aproximarnos a la lectura de esta historia, escrita por Yorgos Lanthimos y su habitual colaborador Efthymis Filippou. La mirada y la actitud de Keoghan/Martin destilan la esencia de este cineasta griego, fiel a un estilo de narrar y de utilizar el lenguaje cinematográfico para conmovernos, para hacernos pensar y para respetar al máximo sus potenciales como un arte comprometido con la realidad, por terrible que pueda resultar.




Con un reparto estelar, abundantes reconocimientos en festivales y críticas favorables, está pasando algo desapercibida para el gran público. No dejen que las corrientes mayoritarias les narcoticen. No se despisten, y atrévanse a entrar en el inquietante universo de Yorgos Lanthimos.

Roberto Sánchez

-Aragonia-

miércoles, 13 de diciembre de 2017

Perfectos desconocidos (2017)***

Dir: Alex de la Iglesia
Int: Belén Rueda, Eduard Fernández, Ernesto Alterio, Juana Acosta, Eduardo Noriega, Dafne Fernández, Pepón Nieto, Beatriz Olivares.

Como siempre, en el guion colaboran estrechamente Jorge Guerricaechevarría y Alex de la Iglesia. En este caso para elaborar un texto propio a partir de la película italiana Perfetti sconosciuti (2016), que tenía guion de Paolo Genovese, Filippo Bologna, Paolo Costella, Paola Mammini y Rolando Ravello.; todo un éxito en su país.

Alex de la Iglesia aporta una espectacular y dinámica puesta en escena para una historia cerrada sobre un grupo de personajes limitado, superando así una cierta tendencia a la teatralidad que seguramente procede del filme italiano. En una cena entre cuatro parejas, que se conocen de toda la vida, se propone un juego que pondrá sobre la mesa sus peores secretos: leer en voz alta los mensajes, y atender públicamente las llamadas, que reciban en sus móviles durante la cena. La hipocresía y la traición salen a escena.



El tono escogido es el de la tragicomedia, con evidentes notas esperpénticas, con las que el  director vasco siempre se ha sentido cómodo. Crónica social, como en La comunidad (2000), pero ahora son menos personajes y de una clase social ligeramente más acomodada. Curiosamente se rebaja bastante el lado más esperpéntico.El tono se rebaja y se aproxima a la comedia de enredo más convencional y burguesa, más llevadera para todos los públicos. 

Como es habitual en las películas de Álex de la iglesia, un buen rendimiento de los actores, sobre los que recae especialmente el resultado de una película eficiente, que engancha y mantiene el interés hasta el final. Pero tratar el preocupante papel que los móviles juegan en nuestras vidas, sumándo a todo ello el enredo tragicómico, y ciertas gotas de fantasía  no es bagaje suficiente.



Los inconvenientes vienen por el excaso riesgo creativo, por el cierto estancamiento de un director, sin duda capacitado para sorprendernos pero que parece haberse adocenado desde hace unos años. Los espectaculares movimientos de cámara, los trucos formales, son los de siempre y cumplen con su función. Pero ya no hay apuestas por lo nuevo. Estamos ante un profesional eficiente, que nos da una o dos película todos los años, pero que parece no encontrar la capacidad de provocación que si tenían El día de la bestia (1995) o la ya mencionada La comunidad (2000). 

Parece que los años no perdonan...

Roberto Sánchez

-Aragonia, C. Grancasa, Palafox, Puerto Venecia, Yelmo-