jueves, 15 de diciembre de 2016

Hasta el último hombre (Hacksaw Ridge,2016 )***

Director: Mel Gibson
Int: Andrew Garfield, Vince Vaughn, Hugo Weaving, Teresa Palmer, Sam Worthington, Luke Bracey, Rachel Griffiths, Richard Roxburgh, Matt Nable, Nathaniel Buzolic, Ryan Corr, Goran D. Kleut, Firass Dirani, Milo Gibson, Ben O'Toole.

Los guionistas Robert Schenkkan y Andrew Knight (y Randall Wallace, aunque sin acreditar), inspirándose en hechos reales nos cuentan la historia de Desmond Doss (interpretado brillantemente por Andrew Garfield-The Amazing Spiderman), un joven médico militar que participó en la Batalla de Okinawa, en la II Guerra Mundial, y se convirtió en el primer objetor de conciencia en la historia estadounidense en recibir la Medalla de Honor del Congreso de manos del presidente Harry Truman.


Estos son los hechos, y a ellos intenta ajustarse la historia que tiene tres partes muy marcadas. La primera relata la infancia (aquí es el joven Darcy Bryce quien interpreta a Desmond) y juventud, con un tono costumbrista y apacible; la segunda, el entrenamiento en el campo militar, que muestra el trato vejatorio (¿justificado?) por parte del ejercito ante su postura de no querer tocar un arma de fuego, y una larga coda final dedicada a la batalla, una aparatosa y espeluznante muestra de horror, muerte y destrucción, en la que el único hálito de esperanza lo pone nuestro protagonista intentando (y logrando) salvar a unos cuantos compañeros (y a algún japonés) en mitad de ese infierno descrito con minuciosidad.



Mel Gibson, nacido en Nueva York en 1956, criado en Australia, dónde comenzó su carrera como actor (acredita, desde 1976 más de 50 trabajos), está demostrando tener una más que apreciable trayectoria como director. Hacksaw Ridge, es su quinto largometraje de ficción. Los anteriores han llamado siempre la atención y, como ocurre con este film bélico, siempre ha buscado y logrado provocar reacciones bastante viscerales (a favor y en contra). El hombre sin rostro (1993), es todavía un melodrama bastante controlado, pero en Braveheart (1995), la historia de William Wallace, el rebelde escocés, ambientada en la Edad Media (finales del siglo XIII), prefigura, en muchos momentos, el tratamiento barroco y recargado de la violencia, expuesto sin tapujos en La pasión de Cristo (2004). Si con la película de ambiente medieval tuvo un alto reconocimiento (ganó 5 Premios Oscar), con su personal visión de la Pasión, las críticas negativas (más desde el punto de vista ideológico religioso que formalista) bombardearon de tal modo a su trabajo como director que tuvo que refugiarse en la televisión (dirigió episodios de la serie La familia salvaje, en 2004), para volver a resultar provocativo en Apocalypto (2006), su espectacular visión de los estertores de la cultura maya. Desde ese año, y después de no pocos problemas personales (con el alcohol y la violencia como compañeros de viaje) ha regresado a la dirección. 

Más allá de sus posturas ideológicas (muy a la derecha), religiosas (un pernicioso ultracatolicismo) y los problemas personales (marcados por el alcohol y la violencia, como comentamos), Mel Gibson es seguramente, después de Clint Eastwood, el actor pasado a la dirección que mejor lo ha hecho. La comparación con Eastwood es pertinente, ya que parece ser su perfecto reverso. Allí dónde Eastwood propone mesura, control y dominio, Gibson apuesta por el puro expresionismo, pasando habitualmente de la candidez casi babosa de las relaciones familiares a la exposición del lado más atroz del ser humano durante las guerras o en una sociedad marcada por las mafias del poder o de la delincuencia organizada. Su estilo como director, y el tipo de personajes que ha interpretado en muchas ocasiones (por poner algún ejemplo el Teniente Coronel Hal Moore en Cuando éramos soldados, de Randall Wallace, en 2002; Bejamin Martin en la estupenda El patriota, de Roland Emmerich, en 2000; o el Martin Riggs de las cuatro entregas de Arma letal) ha contagiado su cine. Y, en ese sentido, debemos hablar sin lugar a dudas de un creador muy personal que en muchos casos ha construido películas muy recomendables, aunque siempre sea necesario matizar algunas cuestiones.



Es el caso de Hasta el último hombre (el explicativo título español), cuyas escenas del infierno bélico serán repudiadas por muchos, y, doy fé, provocarán que los más sensibles dejen la sala; a mi me parecen necesarias y son perfectamente lógicas en el universo de Gibson. Aquí no ha participado en el guión (sólo lo ha hecho en La pasión de CristoApocalypto, y Vacaciones en el infierno, de Adrian Grunberg, en 2012), pero su firma personal es constante precisamente por la búsqueda de ese contraste entre la relativa placidez de los primeros años (la violencia aparece incrustada con habilidad también en esa época, pero la aceptamos en el discurso como algo natural), que empieza a resquebrajarse en el campamento militar y se rompe con los casi cuarenta minutos finales marcados por la exposición a la violencia más extrema entre la que deberá moverse Desmond Doss.



Al final, para justificar la veracidad de los hechos, se recuperan imágenes documentales del verdadero héroe que, aunque parezca imposible, sobrevivió a la carnicería de la batalla de Okinawa y además salvó a más de 70 hombres, después de un esfuerzo sobrehumano. 

Me quedan unas últimas preguntas inevitables. ¿Cuál es el verdadero mensaje de la película? ¿Es Mel Gibson, con sus antecedentes, un antibelicista? El modo de contar la historia, ¿puede hacer que rechacemos las guerras o la violencia? 

Yo, a pesar de los reparos que tengo al señor Gibson en el plano ideológico-personal, me quedo con su cine, capaz de provocar, de entretener y de apostar por un estilo de contar al alcance de muy pocos realizadores norteamericanos en la actualidad.   

Roberto Sánchez     

-Aragonia, C. Grancasa, Palafox, Puerto Venecia, Yelmo-

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