lunes, 24 de abril de 2017

Rosalie Blum (2015)***

Dir: Julien Rappeneau
Int: Noémie Lvovsky, Kyan Khojandi, Alice Isaaz, Anémone, Philippe Rebbot, Sara Giraudeau, Camille Rutherford, Nicolas Bridet, Pierre Diot, Matthias Van Khache, Grégoire Oestermann,  
Jean-Michel Lahmi, Aude Pépin, Jaouen Gouevic, Vincent Colombe, Pierre Hancisse, Luna 
Picoli-Truffaut.

La vida de Vincent Machot (Kyan Khojand) transcurre entre su peluquería, su primo, su gato y su dominante madre (interpretada por Anémone, seudónimo de la actriz parisina Anne Madelaine Louis Bourguignon, especializada en el género de la comedia). Un día, Vincent conoce por azar a Rosalie Blum (Noémie Lvovsky), una misteriosa y solitaria mujer, y está convencido de sufrir un déja-vu, de que ya se ha encontrado con ella alguna vez. Intrigado, decide seguirla a todas partes, con la esperanza de saber más de ella. Esta inesperada actividad del peluquero, le llevará a situaciones un tanto ridículas y terminará por ser, él mismo, objeto de un cuidadoso seguimiento. 

Julian Rappeneau es hijo de Jean-Paul Rappeneau (el director, entre muchas otras, de la estupenda Cyrano de Bergerac de 1990), y uno de los más reputados guionistas del cine francés. Rosalie Blum es su primer trabajo como realizador. Por supuesto la adaptación y guión son suyos, tomando como punto de partida las novelas gráficas, protagonizadas por Rosalie Blum, de Camille Jourdy.



Comedia agradable, con ligeros toques dramáticos, de gran elegancia y ajustado trabajo de actores. Un buen debut como director, apoyado en una novela gráfica francesa que maneja precisamente códigos semejantes, demostrando la madurez y buen hacer de la escuela francesa de cómic y también que la comedia no tiene que ser necesariamente una acumulación de barbaridades y estupideces sin fin. Aquí hay humor y unas cuantas situaciones absurdas, pero predomina un planteamiento moderado y equilibrado que no olvida añadir esas ligeras pero contundentes notas de realidad y drama, alejándose conscientemente de ese estilo exagerado y grandilocuente de la comedia actual norteamericana, un pésimo modelo que paradójicamente muchos quieren imitar.



Como siempre, o casi siempre, nuestro respeto al cine francés, capaz todavía de generar productos estimables perfectamente exportables. Aunque somos conscientes de que nos perdemos una parte fundamental de su producción (quizás la más arriesgada y creativa), estas ligeras gotas que nos llegan demuestran que su industria sigue en pie y dándonos no pocas lecciones de cómo producir un cine divertido y de evasión (¡qué falta nos hace!), pero inteligente y reflexivo al mismo tiempo.

Roberto Sánchez

-Aragonia-

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