jueves, 7 de marzo de 2019

Destroyer. Una mujer herida (2018)***

Dir: Karyn Kusama
Int: Nicole Kidman, Sebastian Stan, Tatiana Maslany, Toby Kebbell, Scoot McNairy, Bradley Whitford, James Jordan, Toby Huss, Jade Pettyjohn, Shamier Anderson, Jan Hoag

Cuando no se puede superar el pasado       

Hay una gran película de cine negro, que dirigió Jacques Tourneur allá por 1947, y que se titula Retorno al pasado. En ella, su protagonista, Jeff Bailey (Robert Mitchum), se verá obligado por las circunstancias a desenterrar su turbio pasado. Algo parecido le ocurre a la detective Erin Bell (Nicole Kidman), pues debido a la reaparición del líder de una banda de violentos atracadores, ve como aflora, de forma ineludible, un pasado que lleva muchos años intentando superar. El peso de ese pasado, ha lastrado su existencia de tal modo, que Erin es una persona destruida, no sólo físicamente (las huellas del alcoholismo y las drogas son patentes en su rostro), sino también moralmente. La desastrosa relación con su hija adolescente (atención a Jade Pettyjohn, una actriz más que prometedora que ya lleva un carrerón en series de TV) aporta un peso moral añadido a su ya maltrecha mochila vital. 



Los hechos se sucederán de tal manera que, esta agente de la ley tan peculiar, no tendrá más que un camino: intentar hallar la redención y la paz y restablecer aquel error moral del que derivaron consecuencias fatales. 

Destroyer es un thriller Neo Noir que, aunque se desarrolla en la época actual, nos devuelve también a décadas pasadas en las que vemos a una Erin Bell joven, bella, enamorada, una policía joven y llena de vitalidad, que ve en ese amor otra posibilidad de huir de su pasado y hallar la felicidad. Como he expuesto en mi extenso libro sobre cine Neo Noir (Balas, sirenas, patillas y jazz, 2016, Ed. Vivelibro), además de en más de un artículo de crítica cinematográfica, y en casi todas mis novelas, la cuestión de la imposibilidad de encontrar el amor de un modo estable y definitivo, es algo que marca la vida y trayectoria personal de muchos de los personajes de las películas y novelas pertenecientes al género negro. Esto es algo que se cumple a rajatabla en Destroyer, por lo que, a pesar de ser un filme Neo Noir perteneciente al siglo XXI, mantiene también elementos clásicos, como no podía ser de otra manera, pues los cimientos clásicos son la base de todo el cine posterior que se realizará a partir de la década de los sesenta del pasado siglo XX, manteniendo un equilibrio entre herencia clásica e innovación formal y tendencias. 



Karin Kusama, directora neoyorquina nacida en Brooklyn en 1968, es también guionista. Tiene ascendencia oriental y ya sorprendió a crítica y público con la estupenda Girlfight (2000), una historia de una corajuda boxeadora interpretada por una jovencísima Michelle Rodríguez, que triunfó en Sundance, en Cannes y otros festivales. Ese es el prototipo de mujer que a Kusama le gusta: mujeres fuertes, luchadoras y con coraje, que aunque les vengan mal dadas, nunca tiran la toalla. Su éxito mundial vendrá también de la mano de la televisión, con las series Masters of Sex (2015) y la más reciente Billions (2017), y también, en ese periodo, dirige un filme de terror con toques de thriller más que notable: La invitación (Premio a la mejor película en el Festival de Sitges 2015). Hay en el estilo de Karin Kusama una sensibilidad propia del cine oriental y de la óptica femenina, que la emparenta con el trabajo de realizadoras como Isabel Coixet o Kathryn Bigelow, y que muestran a mujeres corajudas y luchadoras, que plantean esas batallas desde dentro, en silencio, sin apenas hacer ruido de cara al exterior, interiorizando ese dolor y esa rabia, tragándoselo literalmente.


También hay claras referencias formales y estéticas a esa obra maestra del Neo Noir del siglo XXI que es Drive (Nicolas Winding Refn, 2011). En el caso de Erin Bell, (impresionante el trabajo de la Kidman en versión original), toda esa rabia, desesperación y dolor que se bebe, es como un veneno que ha ido emponzoñando lentamente su cuerpo y su alma de un modo irremediable. Alejada de sus habituales papeles de mujer hermosa (aunque casi siempre valiente y luchadora), más en la línea de su también excelente trabajo en Las horas (Stephen Daldry, 2002), Nicole Kidman, casi irreconocible, (recuerda al trabajo de transformación física de Charlize Theron para su papel en Monster), extremadamente delgada y con apariencia de yonqui, impresiona con una interpretación que más parece de un cadáver que de una persona viva. Y es que Erin Bell camina por esa línea difusa por la que transitan los grandes personajes del cine negro. Una línea débil y movediza, como la de un funámbulo sin red, de la que parece que va a caer en cualquier momento. Esa delgada línea roja (como señaló Terrence Malick) que separa el bien del mal y la vida de la muerte, pero que está tan difuminada que apenas puede verse. Gran trabajo, repito, de la Kidman, que se llevó el Globo de Oro y el Satellite Award por este papel. 



Por todo ello, les recomiendo que caminen junto a Erin Bell y la acompañen a este descenso a los infiernos, a este retorno al pasado en el que, el único camino, la única ruta, es la redención 
personal para hallar una paz que se resiste. Una paz y un sosiego personal que se antoja inalcanzable. Y es que, señores y señoras, estamos hablando de cine negro. Y bastante bueno.

GONZALO J. GONZALVO

-Aragonia-

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