viernes, 2 de febrero de 2018

Sin amor (Nelyubov, 2017)****

Dir: Andrey Zvyagintsev
Int: Maryana Spivak, Aleksey Rozin, Matvey Novikov, Marina Vasilyeva, Andris Keishs, Alexey Fateev 

Andréy Zvyágintsev es un cineasta ruso de 54 años nacidoen Novosibirsk. En los últimos años ha mostrado una trayectoria impecable, pero que no es especialmente prolífica. El regreso (Vozvrashchenie, 2003) fue su primer largometraje y dejó huella imborrable en todos los que pudimos verla. Paisajes poderosos, fotografía con tendencia al blanco y negro, y complejas relaciones paternofiliales. Un cuidado en el encuadre que adquiere valores metafóricos y un trabajo con actores en profundidad, ahondando en los sentimientos y la psicología de sus personajes. Esos aspectos vienen definiendo todos sus filmes. La carga de análisis sobre una cierta realidad y presente de la Rusia actual era muy evidente en Leviatán (2014) y con tintes más urbanos sigue estando en esta historia de una pareja rota, en la que cada uno intenta rehacer su vida, pasando por encima de la del hijo común.



Una pareja en profunda crisis, en fase de divorcio, que provoca la huida de su hijo, casi sin darse cuenta por culpa de la refriega, su hijo desaparece poco después de una sus constantes peleas y entonces aflora un sentimiento de culpa que ni siquiera compartirán.



Ante la ineficacia policial, un colectivo civil, ayudará en la desesperada búsqueda, tapando las profundas grietas de un sistema político neo-capitalista que parece más deshumanizado todavía que el ¿olvidado? stalinismo. Ahora, como se contaba también en Leviatán, hay una alianza no reconocida entre las mafias y los popes de la religión ortodoxa que parecen campar a sus anchas con gobiernos que asumen con naturalidad la corrupción del sistema (¿qué otra cosa es el capitalismo?, parecen preguntarse). Las cuestiones socio-políticas aparecen de soslayo en Sin amor (al menos no de forma tan clara como en Leviatán), pero explican y definen este mundo sin amor que parece rodear a sus personajes. Sorprende el cruel retrato de algunas madres (además de la protagónica Zhenya, incorporada por Maryana Spivak) que parecen estar vendiendo a sus jhijos al mejor postor, o simplemente librándose de las responsabilidades.



Si las películas de Zvyágintsev son un reflejo de la sociedad rusa actual, creo que conviene hacer una profunda reflexión sobre los beneficios de un sistema político en el que ya no existe el concepto del amor. Todo se mide por el rendimiento que tendrá en una economía de mercado todopoderosa,  ¿libre? y que ha puesto en el trono a un nuevo zar llamado Vladímir Putin.

Roberto Sánchez

-Aragonia-

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