lunes, 21 de abril de 2014

La imagen perdida (2013)***

Dir: Rithy Panh


El propio realizador va narrando su experiencia. Utiliza para ello imágenes de archivo, y una serie de figurillas de barro elaboradas manualmente que terminan por constituirse en un teatrillo infantil, cargado de simbolismo, al que acompaña un texto como declaración de intenciones: "Desde hace años, busco una imagen: una fotografía tomada entre 1975 y 1979 en Camboya por los Jemeres Rojos.  Una sola imagen no sirve como prueba de un genocidio, pero invita a la reflexión, permite reconstruir la historia. La he buscado en vano en los archivos y por todas partes. Ahora he llegado a la conclusión de que esa imagen debe faltar. Lo que ahora propongo no es una imagen, o la búsqueda de una imagen, sino más bien la imagen de una búsqueda: la búsqueda que permite el cine. Ciertas imágenes deben seguir faltando por siempre, y deben ser reemplazadas por otras: en este movimiento esta la vida, el combate, la pena y la belleza, la tristeza y los rostros perdidos, la comprensión de lo que fue, a veces la nobleza e incluso la valentía, pero nunca el olvido."

El cine como arma para evitar el olvido, el cine como documento de la memoria, el cine como generador de imágenes para la reflexión.

Cuál fue el terrible mecanismo que permitió el ascenso al poder de un personaje como Pol Pot (1925-1998) que entre 1975 y 1979 promovió uno de los más espantosos genocidios que se han conocido, la reinvención de un sistema político de corte maoísta que permitió a los Jemeres Rojos establecer un sistema de terror sistemático ante el que poco o nada dijeron las potencias internacionales (Francia, Estados Unidos, China y la todavía Rusia Soviética) que, una vez más, mucho tuvieron que ver en la génesis de una revolución facilitada, en buena medida por el papel que se supone había jugado Camboya en la guerra de Vietnam. La oportuna y reflexiva reacción de Estados Unidos en 1969 fue iniciar una campaña de bombardeos secretos que arrasaron una buena parte de las zonas rurales de Camboya y dejaron claro a los habitantes de Kampuchea quien era el enemigo al que combatir: los líderes del capitalismo mundial. Está claro que estas acciones hicieron que cada vez más la población campesina viera a los Jemeres Rojos como la única esperanza ante ese otro genocidio, nunca investigado, provocado por las bombas norteamericanas en nombre del capitalismo internacional. Luego, el remedio fue todavía peor que la enfermedad y encima, como ya comenté, las potencias internacionales nunca intervinieron de modo directo... Tuvo que ser Vietnan y un grupo numeroso de refugiados y jameres renegados camboyanos los que invadieran militarmente Camboya e iniciaran un proceso de recuperación, bastante dolorosa y compleja, de un país devastado por la ideología (como dice Rithy Pann).

La valentía de Rithy Pann al insistir en la terrible historia de su país, que le tocó vivir de manera directa, debe destacarse. Desde su primer trabajo documental en 1989 (Site 2), pasando por diversas películas de ficción (de producción francesa en casi todos los casos) y  L´image manqante (2013), de la que estamos hablando,  nos encontramos ante la lógica obsesión por mostrar la terrible transformación de su país, la guerra, la dictadura impuesta por Pol Pot y sus consecuencias. Los recursos artísticos han sido variados y el intento por transformar el dolor, la ira y la muerte, mediante el cine, en imágenes e historias que alberguen retazos de belleza y sigan siendo eficientes para denunciar el horror y recordar a los muertos parece haber tenido un resultado más que brillante en este último intento de reivindicación la memoria, por doloroso que resulte...   

RS

-Aragonia-

1 comentario:

Luis Betrán dijo...

Probablemente una obra maestra a la que en Zaragoza casi nadie ha prestado la mínima atención. Aunque de nacionalidad francesa, el director es camboyano y eso queda muy lejos y además no consta que sea un estado más del Imperio U.S.A. Rithy Panh, como Claude Lanzmann, es cineasta con un mundo reducido a un solo tema: el genocidio perpetrado en la entonces Kampuchea por los maoístas Jémeres Rojos y su líder el sanguinario Pol Pot. Masacraron, en nombre de una Revolución ultra comunista, nada menos que a dos millones de compatriotas y llevaron a cabo indecibles torturas. Rithy Panh ni perdona ni olvida, porque entre esa multitud sumariamente ejecutada se encontraba toda su familia. Partiendo de la seminal, y extraordinaria, “SH21, la máquina de matar roja”, Panh, al igual que Lanzmann con la no menos portentosa y larguísima “Shoah” (Holocausto, claro), no ha hecho sino añadir más contenido a la brutalidad de aquellos salvajes y siempre, tambien como Lanzmann y el Holocausto, con buen tino y general acierto. Tanto Panh como Lanzmann son eximios documentalistas y en el caso del camboyano autor de largometrajes ficcionados con el telón de fondo que le es indispensable, y escritor. Aquí no cabe ni la dulcería de Spielberg en su azucarada “La lista de Schindler” (¡¡que tipo tan peligroso, consiguió impregnar de mantequilla de cacahuete a la terrorífica matanza nazi siendo él mismo de origen judío, menos mal que se redimió apenas en su notable trhiller “Munich”), ni la vergonzante manipulación de Joshua Oppenheimer en la moralmente repulsiva “The art of killing”. No, Rithy Panh y Claude Lanzmann son asimismo honestos ciudadanos.

“La imagen perdida” es, por ahora, la última vuelta de tuerca de Rithy Panh. La mejor y a similar altura o incluso superior que la mentada “SH21”. Para contarnos su cortísima feliz infancia y el asesinato de sus padres y parientes menos próximos, el gran realizador utiliza, y mezcla, breves imágenes rescatadas del mismísimo Pol Pot y sus bestiales huestes y unas figuras de arcilla primorosamente dibujadas. Estos muñequitos expresan el pavor como quizá no supieran hacerlo actores profesionales. La combinación se remata con un bellísimo texto recitado en francés en que surgen las palabras que la tierra pintada no puede exclamar. La apuesta es tan arriesgada como logrado el resultado. “La imagen perdida”, que apenas supera los 80 minutos, roza la genialidad y emociona tanto como estremece.