martes, 7 de marzo de 2023

The Quiet Girl (An Cailín Ciúin) (2022)****

 Dir: Colm Bairéad

Int: Catherine Clinch, Carrie Crowley, Andrew Bennett, Michael Patric, Kate Nic Chonaonaigh, Carolyn Bracken, Joan Sheehy, Tara Faughnan, Neans Nic Dhonncha, Eabha Ni Chonaola.


La sombra de John Ford es alargada. 

Sorprendente opera prima del director irlandés Colm Bairéad, con guion suyo y de Claire Keegan, basado en su novela Foster, y que nos traslada a 1981, en la Irlanda rural. Cáit es una reservada niña de nueve años, desatendida por unos padres de familia numerosa. En silencio, afronta las dificultades, tanto en la escuela como en casa, y ha aprendido a pasar desapercibida. 

Cuando llega el verano y se acerca la fecha del nuevo parto de su madre, Cáit es enviada a vivir con una prima de su madre. Sin saber cuándo volverá a casa, se queda en el hogar de unos desconocidos sin más pertenencias que la ropa que lleva puesta. Poco a poco, y gracias a los cuidados de esa familia, Cáit realiza notables progresos y descubre una nueva forma de vivir en una casa donde no parece haber secretos.

The Quiet Girl y The Quiet Man, que conocemos en España como El hombre tranquilo (John Ford, 1952), no solo tienen en común ese guiño en su título, amén de una maravillosa fotografía que retrata las verdes zonas rurales de Irlanda.



"La niña tranquila" contiene esa magia que hace que una, en apariencia, pequeña película, crezca en cada fotograma, en cada escena, hasta hacerse grande, cine con mayúsculas.



John Ford, uno de los cineastas más importantes de la historia del séptimo arte (y al que Spielberg hace un pequeño homenaje en la maravillosa The Fabelmans) era el menor de trece hermanos de una familia de emigrantes irlandeses en busca del sueño norteamericano. En sus películas, hay una simbiosis perfecta entre los paisajes y la lucha de sus protagonistas ante situaciones vitales hostiles que les desbordan, con un concepto visual y narrativo novedoso, con aportes de una poesía fílmica y una belleza pictórica que lo consagraron como uno de los mejores narradores visuales. No quiero con esto poner al debutante Colm Bairéad a la altura de John Ford, lo que deseo con ello es exponer una serie de similitudes y virtudes que hacen de The Quiet Girl, una obra casi maestra.

Y es que An Cailín Ciúrin (título original en gaélico irlandés) es una película llena de sensibilidad y de detalles, en la que la contención y el silencio, sabiamente dosificados por una dirección, un montaje y  guion soberbios, logra un resultado realmente sorprendente, aunque muy alejado del ritmo narrativo y de los esquemas comerciales que suelen gustar al gran público. No es, por tanto, The Quiet Girl, una película para quienes busquen cine comercial o de consumo palomitero, sino un producto artístico de primer orden que todos los cinéfilos/as y amantes del buen cine sabrán paladear y disfrutar desde el primer fotograma hasta el último. 



La pequeña Cáit, interpretada, de forma magistral por la también debutante Catherine Clinch, con esa misma contención, (“es una niña que emplea las palabras justas”, así la definirá uno de los personajes clave en su proceso de cambio y crecimiento personal), consigue emocionar al espectador sin acudir a los habituales recursos fáciles, con una sobriedad que, en determinadas escenas, sobrecoge por su veracidad.

Hay también en An Cailín Ciúrin, ecos de esas infancias desvalidas y sumidas en la pobreza que tan bien retrató el escritor Charles Dickens en su novela Oliver Twist, magistralmente adaptada a la pantalla por el cineasta David Lean en 1948. Unos personajes tan huérfanos de afecto y humanidad que, atacados también por la pobreza, intentan salir adelante sacando fuerzas de flaqueza y enfrentándose a todo con una dignidad personal indestructible. 

Colm Bairéad, consigue crear un cuento moderno ambientado en la década de los ochenta del siglo veinte, un cuento sobre la importancia de los afectos en la infancia, tan duro como conmovedor, dotado de una delicadeza poco común, lleno de generosidad y sensibilidad, austero y, a la vez, profundo, que retrata a la perfección los golpes de la vida (como el pequeño Antoine Doinel en la también magistral Los 400 golpes (François Truffaut, 1959) , y en el que el espíritu de supervivencia vence frente al desamparo, de un modo absolutamente hermoso.

The Quiet Girl se las tendrá que ver, en la lucha por el Oscar 2023 a la “mejor película extranjera”, con Argentina 1985 (Santiago Mitre, 2022), Sin novedad en el frente (Edward Berger, 2022), la belga Close (Lukas Dhont, 2022), que también ahonda en los dramas de la preadolescencia); y con EO (2022), del cineasta polaco Jerzy Skolimowski; pero resulte o no ganadora de este importante galardón, que sin duda sería para su autor y todo el equipo de la película, un respaldo y una proyección internacional impagables, se merece, desde luego, que todo espectador que desee disfrutar del buen cine, se refugie en la oscuridad de la sala para asistir a una de esas ocasiones en las que, el cine y el arte se dan la mano. Unas salas en las que, como en The Quiet Girl, la soledad, comienza a resultar algo dramático y preocupante. 

La misma soledad y falta de público que uno se encuentra en exposiciones, en galerías de arte, etc. El arte, en este convulso siglo veintiuno, sobrevive, con cada vez mayor dificultad, en los pocos reductos que le quedan. Pero lleva siglos existiendo, y lo seguirá haciendo, a pesar de que una sociedad adormecida por la inmediatez, por el ruido, por la avalancha de estímulos digitales y por la confusión generada por montañas de información y desinformación, le hace pensar que podrá seguir adelante prescindiendo del arte. Si usted es de esas personas que, por el contrario, piensa y cree firmemente que apreciar el arte forma parte de su transitar por la vida, no se pierda An Cailín Ciúrin  , y sus apreciables ecos fordianos.

GONZALO J. GONZALVO

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