domingo, 4 de agosto de 2019

Rojo (2018)***

Dir: Benjamín Naishtat.
Int: Darío Grandinetti, Andrea Frigerio, Alfredo Castro, Diego Cremonesi.

Benjamín Naishat es un realizador argentino nacido en 1986. Como director de largometrajes debutó con
Historia del miedo (2014), a la que siguió el documental Buenos Aires Rap (2014) y El Movimiento (2015). Su primer largometraje es, en realidad, toda una declaración de intenciones. Benjamín Naishtat es un cineasta empeñado en retratar el miedo, en hacernos evidente el terror, pero no ese que se estereotipa y se hace aceptable y consumible en el cine comercial. Este director y guionista argentino escoge un camino diferente, mediante una historia que sería tópica y típica del thriller, con corrupciones varias, investigadores, trasfondo político y social, un camino sin héroes justicieros y buenas dosis de un naturalismo molesto, muy molesto, puesto que hay un esfuerzo consciente por alejarse por la violencia explícita y construirla fuera de campo, dejando a nuestro intelecto que trabaje. Y lo hace de modo implacable, sin concesiones, y mediante un tempo lento, inquietante y que no deja un resquicio para la poesía.




A mediados de los años 70, un hombre extraño (interpretado por Diego Cremonesi) llega a una tranquila ciudad de provincias. En un restaurante, y sin motivo aparente, comienza a agredir a Claudio (Dario Grandinetti), un reconocido abogado. La comunidad apoya al abogado y el extraño es humillado y expulsado del lugar. Más tarde y camino a casa, Claudio y su mujer, Susana (Andrea Frigerio), son interceptados por el hombre extraño, quien está determinado a cobrarse una terrible venganza. El abogado toma entonces un camino sin retorno, de muerte, secretos y silencios. Un camino, retratado con parsimonia por Naishtat que demuestra ser un magistral creador de ambientes turbios contaminados por la envidia, la venganza y la avaricia.




Esta película es uno de los retratos cinematográficos más duros que he visto en mucho tiempo de una sociedad corrompida, hipócrita y marcada por un terror que se ha ido desarrollando desde los grupos de poder que controlan al gobierno, logrando una colaboración casi plena de una sociedad "zombificada", ausente de la verdad, aceptando pasivamente "las desapariciones", y buscando el beneficio económico en la desgracia de sus vecinos "que ya no están". 



Si las cosas fueron así en Argentina "democrática" a mediados de los setenta, solo cabe echarse a temblar ante las posturas que las derechas "también democráticas" suelen adoptar sistemáticamente ante las demandas de los que quieren un más justo reparto de la riqueza y el trabajo. Como se dice en algún momento en el film, Argentina es un país muy rico y permitiría tener un nivel de vida muy alto a toda la población (si hubiera un mínimo de justicia social -quede claro que lo que va en este paréntesis, sólo se sugiere en el film-); una reflexión que sería perfectamente aplicable a nuestro país (España) en su incierto presente, pero parece que seguimos teniendo un miedo ancestral a la verdad, algo parece estar haciéndose muy mal..., y no sólo entre la clase política.

Roberto Sánchez

-Aragonia-

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