lunes, 8 de julio de 2013

Juego de tronos

Para muchos, la serie "Juego de tronos" es uno de los más sobresalientes acontecimientos cinematográficos del año. Empezamos con un comentario de un nuevo colaborador la sección que de modo discontinuo dedicaremos a ese otro cine que puede verse en la televisión y que, como en los viejos tiempos del género aventurero nos lo emiten seriado.


JUEGO DE TRONOS:  Familias desestructuradas

George R. R. Martín es un cínico experto.  Dibuja con mimo de padre y precisión 
de orfebre  una panorámica de pícaros buscavidas, intrigantes ventajistas, depravados
psicópatas, héroes adustos, borrachos de honor, niños sabios, salvajes civilizados, 
civilizados salvajes, …un latir humano desbordante.  Consigue que les amemos u odiemos.  
Que siempre (aunque no recordemos sus nombres) estemos interesados por cuanto les sucede.  Por el pulso desigual al que les somete, con obstinada crueldad, con un destino errático, pero inexorable, ante el que los agita como tentetiesos frente a un vendaval.
La soledad, el abismo moral, una laceración superficial, un profundo costurón, …  la muerte.  Fugitivos de sí mismos, ninguno de los personajes escapará indemne del laberinto, lleno de trampas, que una imaginación privilegiada les ha preparado bajo el trasfondo de una lucha por el poder que se nos antoja más lejana. No es necesario adivinarla.  La fatalidad se impone desde el primer episodio "Cuando llega el invierno" como una sombra que desdibuja, y a veces borra, el camino.  Porque el deseo último de todos, es el mismo: formar parte de una familia.  Ser aceptado.  
Las relaciones familiares constituyen el motor interno de la historia.
La peregrinación imposible de los Stark para reunirse de nuevo tras la 
ejecución de su paterfamilias (¿alguien podía imaginar semejante derroche, la muerte de Sean Bean, ese Harrison Ford transmutado en perenne héroe medieval,  ya en la primera temporada de la serie ?) vertebra el relato, pero los ejemplos 
son numerosos. El íntimo deseo del carismático, inteligente y acomplejado Tyrion Lannister no es otro que ser aceptado por su hermana y, sobre todo, por su padre (quien, pese 
a su evidente carencia de dotes militares le llega a conferir el mando por el simple 
motivo de ser su hijo), invadido por el reproche de ambos de ser el causante de 
la muerte de su madre durante su nacimiento.
¿Qué, sino una familia, pretende ser la Guardia de la Noche para desarraigados 
como el bastardo Jon Nieve o el infantil Samwell Tarly?  
¿O la banda de renegados ocultos en el bosque para Aryia Stark?
Al final de la tercera temporada, un mutilado Theon Greyjoy será el objeto de 
la cruzada de una hermana menor que, como su padre, hasta ese momento no había 
parecido sino despreciarle. Pero, de forma simultánea, Martin, con redoblado sarcasmo, lanza potentes cargas de profundidad, enfrentando la apología familiar a continuos paradigmas de lo opuesto. Así, el psicótico Joffrey, empeñado hasta el ultraje en que Sansa Stark abjure de su origen, no es sino el inevitable producto de la relación de los hermanos Lannister.
Catelyn Stark reclama ayuda a una hermana que alimenta (en sentido literal) la 
megalomanía de un hijo viciado por un sentido enfermizo de la protección.
El refugio de la Guardia de la Noche durante sus incursiones es la casa de un ser 
depravado que toma a sus hijas por esposas y ofrenda a sus hijos a los demonios 
de la noche.  La confrontación con este dilema ético mostrará a su vez la fragilidad 
de la Guardia como familia. O Viserys Targaryen, que no duda en entregar a su inocente 
(hasta ese momento) hermana menor a un salvaje de reputación nada dudosa para satisfacer 
su ciega ambición.
En una escena extraordinariamente interpretada por Michelle Fairley, Catelyn Stark, 
hasta ese momento adusto ejemplo de abnegación maternal, confiesa su incapacidad, 
a pesar de la promesa dada, de acoger al bastardo Jon como miembro de la familia.
Y (de nuevo la crueldad, de nuevo el derroche), cuando el peregrinaje de los Lannister 
parece tomar la dirección adecuada, se verá truncado definitivamente en el antológico 
episodio nueve.  Una tragedia, no lo olvidemos, engendrada en el odio por el 
incumplimiento de un acuerdo entre familias.  Por lo que se interpreta como desprecio 
hacia una hija.
Los detalles se imponen sobre el conjunto.  Pero el conjunto es coherente.
Nunca una serie fantástica ha sido tan realista.
Hasta Madre de Dragones es más parecida a nosotros de lo que aparenta.

por Enrique Luna