Dir: Brady Corbet
Int: Adrien Brody, Felicity Jones, Guy Pearce, Joe Alwyn, Raffey Cassidy, Stacy Martin, Isaach de Bankole, Alessandro Nivola, Emma Laird, Jonathan Hyde, Jaymes Butler, Peter Polycarpou, Jeremy Wheeler, Matt Devere, Stephen Saracco, Robert Jackson, Zephan Hanson Amissah.
El arte, entre sus curiosas propiedades, se crea, se transforma y, por desgracia, también puede ser destruido. La energía creativa logra, en ocasiones, obras que, en el caso del Séptimo Arte y, más concretamente, en el caso de The Brutalist (2024), desde los primeros minutos de proyección, transmiten a los que ya hemos visto mucho cine y desarrollamos el hermoso oficio de escribir sobre él, la sensación de que estamos ante una obra, si no maestra, sí extremadamente brillante. Si, además, dicha proyección, se realiza en versión original, en una sala con pantalla gigante panorámica, y en el, olvidado ya por muchos espectadores, formato de celuloide en 70 mm (rodada en 16 y 35 mm y pasada a 70) y en VistaVisión, esa misma sensación se refuerza en cada nueva escena, en cada fotograma, porque el cineasta está además mostrando su plena declaración de amor al cine; a ese gran cine clásico que tantas obras maestras nos ha legado a lo largo de la historia.
Con este monumental largometraje, el joven cineasta norteamericano parece haber dado con la piedra filosofal para construir (nunca mejor dicho) la arquitectura de un filme que, estoy seguro, estará entre los mejores de esta segunda década del siglo XXI.
Todos los engranajes de The Brutalist confluyen en una alianza artística que hace que podamos estar ante una obra maestra (el paso de los años dirá si su posible trascendencia le otorgará esta distinguida denominación, pues una obra artística maestra, además de sus logros, ha de trascender en el tiempo). Por un lado, tenemos una extraordinaria dirección de fotografía a cargo de Lol Crawley, que nos transporta a la época de la Segunda Guerra Mundial y años posteriores, siguiendo la vida y carrera del visionario arquitecto judío László Toth que, huyendo de la posguerra, llega a Estados Unidos para reconstruir su vida, su obra y el matrimonio con su esposa Erzsébet tras haber sufrido ésta también los embates de la guerra por su condición semita en una Europa asolada por el poder de la Alemania nazi.
El otro puntal de The Brutalist, una película de más de tres horas (con descanso de quince minutos incluido) que, todo hay que decirlo, se disfrutan y se hacen incluso cortas, es el excelente montaje de David Jancsó, que logra un ensamblaje perfecto de esta dura historia vital. También sobresaliente la dirección artística, diseño de vestuario y diseño de producción de Judy Becker y Patricia Cuccia.
En cuanto a referencias, The Brutalist recuerda a magnas obras cinematográficas del siglo XX como el Novecento (1976) de Bernardo Bertolucci o el Érase una vez en América (1984) de Sergio Leone, su gran y última obra maestra. El personaje de Brody y el propio actor que lo encarna, hace inevitable recordar su gran interpretación en El pianista (2002) de Roman Polanski, drama que también tenía como marco histórico la devastadora segunda guerra mundial y sus trágicas consecuencias.
Todas ellas son películas extensas que narran un periplo vital ligado a las circunstancias sociales, políticas e históricas, con una fotografía, ambientación y música exquisitas, y también con una extraordinaria dirección y montaje. En cuanto a la disciplina profesional del protagonista y su pasión por la arquitectura, para mí ha sido inevitable no recordar esa obra maestra cinamatográfica del gran King Vidor que no es otra que El manantial (The Fountainhead, 1949), un filme, con guion y novela de su autora, Ayn Rand, que narra la vida del visionario arquitecto Howard Roark (extraordinariamente interpretado por el gran Gary Cooper), y que contaba con una fabulosa banda sonora del compositor Max Steiner y una gran fotografía en blanco y negro de Robert Burks.
No sé si The Brutalist arrasará en la gala de los Oscar de Hollywood del presente año. Los Globos de Oro así parecen vaticinarlo, con siete galardones, pero eso no es lo que más importa. Lo verdaderamente importante es que un cineasta llamado Brady Corbet, con tan solo treinta y seis años, ha sido capaz de crear una obra cinamatográfica que no parece de este siglo. Que más bien parece pertenecer a esa edad de oro del cine clásico añorada y querida por todos los que amamos este arte visual que, muy de vez en cuando, nos recuerda que las grandes obras pueden aparecer en cualquier momento. Porque el arte es algo inmortal, que se mueve en una dimensión intangible y, al mismo tiempo, tan real como la vida misma. Un arte capaz de, no solo entretenernos, sino también atraparnos con su belleza y emocionarnos.
Si les gusta el cine de verdad, con mayúsculas, y son de esas personas que realmente lo aman, no pueden perderse The Brutalist. No es solo una película. Es toda una experiencia cinematográfica para viajar en el tiempo y en el espacio a esos mundos de celuloide que nos hacen soñar y vivir otras vidas. Así que no se la pierdan.
GONZALO J. GONZALVO
Escritor y Crítico de Cine.