sábado, 4 de mayo de 2019

Buñuel en el laberinto de las tortugas (2018)****

Dir: Salvador Simó
Int: Jorge Usón, Fernando Ramos, Luis Enrique de Tomás, Cyril Corral.

¿Puede, una película de animación, ser una obra de calidad y dirigirse a un público adulto y maduro? ¿Puede ser, además de entretenida y seria, documentar una serie de momentos muy importantes en la historia del cine? La respuesta es un SÍ, rotundo y mayúsculo. 

La película tiene como punto de partida un cómic del mismo título de Fermín Solís, por otro lado excelente, que adaptaron para el cine Salvador Simó y Eligio R. Montero. Producirla no ha sido fácil, pero a nivel creativo fue muy valiosa la participación de Javier Espada, durante mucho tiempo director del Festival de cine Buñuel-Calanda, y uno de los expertos, que además de ser uno de los productores ejecutivos, asesoró de manera eficiente a los guionistas. A Espada no le falta experiencia en trasladar el recuerdo y la memoria de Buñuel (no está de más insistir en que es uno de los más importantes cineastas de la historia), al soporte audiovisual. Javier Espada ha dirigido El último guión. Buñuel en la memoria (2008). junto a Gaizka Urresti, Tras Nazarín. El eco de una tierra en otra tierra (2015) y la reciente, Generación: Buñuel, Lorca y Dalí (2019), junto a Albert Montón, tres importantes hitos en la documentación cinematográfica sobre el maestro calandino, que demuestran que la figura de este cineasta no decae con los años, sino que mantiene su pegada e impacto en unos tiempos en los que la creación en el terreno del audiovisual es especialmente pacata y 
opaca, sólo interesada por los rendimientos económicos.



Las Hurdes (1933), es una poderosa bofetada al concepto tradicional del documental, y seguramente una de las más brillantes películas surrealistas que se han hecho. Buñuel logró indagar en la realidad de un territorio marcado por las lacras de la pobreza y el aislamiento, una zona de España que vivía una pesadilla extremadamente real, anclada en un pasado depauperado y desesperanzado. La película continúa removiendo conciencias y generando controversias pero fue capaz de denunciar la situación y a partir de ese momento se inició, poco a poco, una sensible transformación que mejoró la situación de aquella zona olvidada, aunque hubiera que esperar muchos años. 



Como pueden suponer, lanzarse a la aventura de rodar en aquel territorio, de hacerlo con un equipo mínimo, sólo estaba al alcance de la genialidad de un Luis Buñuel que venía de provocar otro escándalo con La edad de oro (1930), otra potente provocación que sacó de quicio a más de uno y que hizo quedarse al realizador fuera de juego durante casi tres años. Esos problemas, la suerte de contar con el dinero de la lotería que le prometió su amigo Ramón Acín, maestro, artista plástico, pedagogo y anarquista oscense, que los guionistas han convertido en un personaje muy válido para contraponer a la inmensa figura del cineasta y derivar, con acierto, una parte de la historia al relato de una bella y sincera amistad.



Otra de las virtudes del film de Simó es que ha huido de la hagiografía, mostrando con valentía los claroscuros en la personalidad del calandino, sus obsesiones y sus debilidades que ayudan, algo, a entender la complejidad de este genial cineasta, hijo de su tiempo, adelantado de la Vanguardía y capaz de transformar sus traumas que enraízan profundamente en una tierra dura, en un pasado marcado por las tradiciones del Bajo Aragón, en pura creación, en puro cine, sublimando con brillantez los sueños y pesadillas en luz creativa, luz en movimiento, que nos ilumina, que nos conmueve y que Simó ha sido capaz de mostrar sin reparos.



Una sencilla técnica de animación, sólidamente apoyada en los actores que ceden voz, gesto y movilidad, con generosidad y profesionalidad, destacando el aragonés Jorge Usón (Buñuel) y Fernando Ramos (Ramón Acín), a las que hay que sumar una magnífica banda sonora de Arturo Cardelús, permiten asistir con auténtico placer al proceso técnico, pero también emocional, que supuso el rodaje de una película que transformó para siempre el concepto de cine documental y abrió de manera decisiva al género hacia el arte de contar en imágenes. Buñuel se encontró (recreando lo que fuera necesario) un mundo que parecía existir sólo en las pesadillas, demostrando que estaba a nuestro lado, demostrando que no había que mirar hacia otro lado, que había que adentrarse en el horror, enfrentarlo y empezar a superarlo.

Roberto Sánchez.

-Aragonia-

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