martes, 20 de octubre de 2020

Corpus Christi (Boze Cialo, 2019)****

 Dir: Jan Komasa

Int: Bartosz Bielenia, Eliza Rycembel, Aleksandra Konieczna, Tomasz Zietek, Leszek Lichota, Lukasz Simlat, Barbara Kurzaj, Zdzislaw Wardejn 


Con cierto retraso (Pandemia impera) nos ha llegado a Zaragoza el tercer largometraje de ficción del director 
polaco Jan Komasa, nacido en Poznan en 1981. De los trabajos anteriores, sólo conocía la exuberante Varsovia 1944 (Miasto 1944, 2014), una de las películas ambientadas en la Segunda Guerra Mundial y la guerra en el entorno urbano más impactantes que he visto y que aprovecho para recomendarles. Ya tiene terminada otra atractiva parábola con jóvenes, internet (la realidad virtual y el marketing) y violencia naturalista que se titula Hater (2020) y que espero llegue a las salas...



Ahora, Komasa parte de un guion de Mateusz Pacewicz, habitual colaborador y nos narra, inspirándose 
parcialmente en sucesos reales, la historia de Daniel (Bartosz Bielenia), de 20 años de edad, quien experimenta una transformación espiritual mientras vive en un Centro de Detención Juvenil. Quiere ser sacerdote, pero esto es imposible debido a sus antecedentes penales. Es enviado a trabajar a un taller de carpintería en una pequeña localidad, y a su llegada se hace pasar por sacerdote y se hace cargo accidentalmente de la parroquia local. La llegada del joven y carismático predicador es una oportunidad para que la comunidad local comience el proceso de sanación, no exenta de tensiones, tras una tragedia ocurrida en esa pequeña población.



Todos los aspectos en el film funcionan como un perfecto mecanismo de relojería. La soberbia interpretación del joven Bartosz Bielenia, nos arrastra por su particular pasión, desde el infierno del correccional hasta el aparentemente idílico pueblo del que se convierte en párroco de un modo casual, pero muy deseado por un este joven que parece tocado a partes iguales por el bien y el mal, quizás como todos los humanos... La fotografía de grises dominantes de Piotr Sobocinski Jr. que tuvo un excelente modelo en su padre, uno de los más grandes fotógrafos de cine recientes, que trabajó, entre otros, con Krzysztof Kieslowski en la serie El decálogo (1989) y en Tres colores: Rojo (1994) y en todo el mundo, dejando la impronta de su dominio del color o de su ausencia, la inquietante banda sonora de los rusos Evgeni y Sacha Galperine, contribuyen a generar una atmósfera que oscila entre el misticismo y un descarnado naturalismo.


En la película, que transcurre como un electrizante suspiro, no se rehuyen temas complejos como la culpa, el 
perdón, el estigma del pecado mortal, las tentaciones del poder, el intento de redención y el sacrificio. Hasta dónde podemos entregarnos a cualquier fe religiosa, hasta dónde podemos suspender nuestro raciocinio para creer en un ciego perdón o en la salvación...



Sí, es cine religioso (mejor sería decir sobre la religión y su papel en este mundo), en el sentido más noble. No pretende evangelizar, no pretende ser dogmático, sino mostrar (y con mucha valentía) el terrible mundo en el que intentamos sobrevivir, lleno de hipocresías, mentiras y una violencia unas veces latente y otras explícita y terrible.  

Una película soberbia, una de esas, que en mi caso, me permiten tener siguiendo fe en el cine como medio de expresión artística. Un cine pensado y elaborado por jóvenes cineastas que además es capaz de construir relatos llenos de dinamismo y sentido. Creo que no le sobra un solo plano a esta brillante obra cinematográfica que espero y deseo no pase desapercibida.


No parece casual que estuviera entre las nominadas como mejor película de habla no inglesa en la pasada 
edición de los Oscars y habla alto y claro sobre una cinematografía, la polaca, con un futuro evidente y un grupo de cineastas competentes. A muchos, en sus etapas de formación, ya los hemos disfrutado en sus cortometrajes, habituales visitantes del Festival Internacional de Cine de Huesca, dónde siempre llaman la atención por su calidad.



Roberto Sánchez 

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