martes, 6 de agosto de 2019

Midsommar (2019)****

Dir: Ari Aster.          
Int: Florence Pugh, Jack Reynor, Will Poulter, William Jackson Harper, Ellora Torchia, Archie Madekwe, Vilhelm Blomgren, Julia Ragnarsson, Anna Åström, Anki Larsson, Lars Väringer, Katarina Weidhagen van Hal, Isabelle Grill

Cuando la realidad se torna pesadilla

Ya en mi artículo sobre el inquietante anterior trabajo de este director, y que versaba sobre Hereditary (2018)
(http://loscinesderobersan.blogspot.com/2018/06/hereditary-2018.html), apuntaba claramente que, ya en su primer 
largometraje, este interesante director iba a dar mucho que hablar. 

Y es que el joven Ari Aster (nacido en Nueva York en 1986), no trata en sus películas con un concepto del terror tradicional basado en los sustos fáciles, los chirridos de puertas y mucho efecto especial digital, ingredientes que han convertido el género en una barraca de feria previsible y aburrida (salvo contadas excepciones). Es por eso, que está resultando muy criticado, aludiendo a que sus películas no producen ese “terror” en el espectador. Pues estoy plenamente en desacuerdo y voy a explicar por qué. Se está olvidando demasiado a menudo, que el género de terror y el fantástico forman parte de un mismo tronco. Prueba de ello es el “Festival de Cine Fantástico de y de Terror de Sitges” y que, desde hace algunos años, se denomina “Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya”. Y es que, el género (con todas las variantes subgenéricas), no sólo es sangre, vísceras, fantasmas y monstruos digitales. El género fantástico o fantaterror, es mucho más que eso. Porque abarca mundos imaginarios, de pesadilla, donde el miedo trabaja en dimensiones paralelas a la realidad y, también, en la realidad misma. Esto lo han entendido y manejado a la perfección, desde directores clásicos como Jacques Tourneur, autor de  La mujer pantera (1942), pasando por John Carpenter con La noche de Halloween (1978), La niebla (1980) o La cosa (El enigma de otro mundo) (1982),  Wes Craven con Pesadilla en Elm Street (1984), Peter Medak con Al final de la escalera (1980), o los maeastros David Cronemberg, con buena parte de su filmografía o Roman Polanski con La semilla del diablo (1968). 



Ari Aster, sigue la estela de estos directores, y su concepto más fantástico que terrorífico del género. Eso no quiere decir que sus películas no produzcan miedo, inquietud y un profundo desasosiego en el espectador. A mí, desde luego, me lo producen, y les puedo asegurar que he visto mucho cine y soy un gran amante del género. 

Ari Aster se aparta de la tendencia del abuso de los efectos digitales y, al igual que todos estos directores y películas que he citado un poco más arriba, se mueve con soltura en los terrenos de la pesadilla y la imaginación. En retorcer la propia realidad que viven los personajes, hasta transformarla en  mundos de pesadilla. La locura, como representante de esa quebradiza y difusa línea entre realidad, imaginación y  pesadilla, se erige en un ingrediente imprescindible, tanto en Midsommar, como en Hereditary, su anterior largometraje y ópera prima.



Midsommar nos cuenta la historia de una joven pareja estadounidense en crisis afectiva, que acude con unos amigos al “Midsommar”, un festival de verano que se celebra cada 90 años en una remota aldea sueca. Lo que comienza como unas vacaciones de ensueño, en un lugar en el que el sol no se pone nunca, se va conviertiendo en una oscura pesadilla. La localidad recuerda a la que aparece en Las mujeres perfectas (The Stepford Wives, Frank Oz, 2004), y que estaba, curiosamente, basada en una novela de Ira Levin, autor de Rosemary´s Baby que se llevó al cine con el mismo título: La semilla del diablo, en España. Un lugar donde todo parece pacífico e idílico, pero que esconde una realidad muy distinta. El extraño submundo de las sectas, los rituales ancestrales dedicados a los dioses (como hacían los aztecas y otras culturas tan europeas como la de los vikingos) que conllevaban brutales sacrificios. Todo eso está también presente en los trabajos de Aster, que sabe introducir e introducirnos en realidades y mundos parelelos que existen, pero que vemos como lejanos y ajenos, casi irreales. 



Al igual que exploraba el mundo de las sectas satánicas en Hereditary, aquí, bajo la apariencia de una sociedad ecológica y naturista, el mal subyace y crece abonado por el infalible ingrediente del fanatismo. A plena luz del día, Midsommar nos va introduciendo en esos mundos de pesadilla como si hubiésemos ingerido alguna droga alucinógena. Como espectadores, entramos en un extraño viaje mental y visual que nos perturba desde el principio hasta el final. 

No faltan en el filme críticas al exacerbado culto a lo natural y lo vegano, a las crisis de pareja y otras cuestiones sociales, como los cultos paganos y las sectas, o el contraste entre la forma de vida urbana y la rural, a punto de extinguirse. Habrá que recuperar el filme británico El hombre de mimbre (The Wicker ManRobin Hardy, 1973), una de las referencias de las que, sin duda, bebe Aster, además de los directores ya citados. 



El miedo no necesita necesariamente de la oscuridad para surgir. Muy al contrario, el miedo se forja y nace siempre en la mente. En sus rincones más oscuros y desconocidos. Y es ahí, donde este joven director, sabe penetrar y explorar con destreza e inteligencia visual y narrativa. En el lado más oscuro, desconocido y perverso de la mente humana. Ese horizonte tan cercano a la locura. 

Si son amantes del cine fantástico, o del buen cine en general, no deberían dejar de ver Midsommar. Si buscan un terror convencional...mejor se abstengan de ir a verla.

GONZALO J. GONZALVO

-Aragonia, Palafox-

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