lunes, 3 de febrero de 2025

The Brutalist (2024)*****

Dir: Brady Corbet

Int: Adrien Brody, Felicity Jones, Guy Pearce, Joe Alwyn, Raffey Cassidy, Stacy Martin, Isaach de Bankole, Alessandro Nivola, Emma Laird, Jonathan Hyde, Jaymes Butler, Peter Polycarpou, Jeremy Wheeler, Matt Devere, Stephen Saracco, Robert Jackson, Zephan Hanson Amissah.


El regreso del cine con mayúsculas en 70 mm

El arte, entre sus curiosas propiedades, se crea, se transforma y, por desgracia, también puede ser destruido. La energía creativa logra, en ocasiones, obras que, en el caso del Séptimo Arte y, más concretamente, en el caso de The Brutalist (2024), desde los primeros minutos de proyección, transmiten a los que ya hemos visto mucho cine y desarrollamos el hermoso oficio de escribir sobre él, la sensación de que estamos ante una obra, si no maestra, sí extremadamente brillante. Si, además, dicha proyección, se realiza en versión original, en una sala con pantalla gigante panorámica, y en el, olvidado ya por muchos espectadores, formato de celuloide en 70 mm (rodada en 16 y 35 mm y pasada a 70) y en VistaVisión, esa misma sensación se refuerza en cada nueva escena, en cada fotograma, porque el cineasta está además mostrando su plena declaración de amor al cine; a ese gran cine clásico que tantas obras maestras nos ha legado a lo largo de la historia.


Brady Corbet, tiene unos escasos 36 años, es actor, y además el director de The Brutalist con el que firma 
su cuarto trabajo fílmico importante, tras haber realizado anteriormente diversos cortometrajes e interesantes trabajos como La infancia de un líder (2015), Vox, Lux: el precio de la fama (2018) y la serie The Crowded Room (2023), en la que coincidió con la cineasta noruega, actual pareja, y también guionista, Mona Fastvold, que ha elaborado junto a Corbet, el sólido guion de The Brutalist

Con este monumental largometraje, el joven cineasta norteamericano parece haber dado con la piedra filosofal para construir (nunca mejor dicho) la arquitectura de un filme que, estoy seguro, estará entre los mejores de esta segunda década del siglo XXI. 

Todos los engranajes de The Brutalist confluyen en una alianza artística que hace que podamos estar ante una obra maestra (el paso de los años dirá si su posible trascendencia le otorgará esta distinguida denominación, pues una obra artística maestra, además de sus logros, ha de trascender en el tiempo). Por un lado, tenemos una extraordinaria dirección de fotografía a cargo de Lol Crawley, que nos transporta a la época de la Segunda Guerra Mundial y años posteriores, siguiendo la vida y carrera del visionario arquitecto judío László Toth que, huyendo de la posguerra, llega a Estados Unidos para reconstruir su vida, su obra y el matrimonio con su esposa Erzsébet tras haber sufrido ésta también los embates de la guerra por su condición semita en una Europa asolada por el poder de la Alemania nazi. 


Solo y en un nuevo país totalmente desconocido para él, László se establece en Pensilvania, 
auspiciado por el adinerado y prominente empresario industrial Harrison Lee Van Buren, que ha quedado impresionado por el potencial artístico y creativo de Toth, convirtiéndose en su particular mecenas. Toda esta historia vital, va perfectamente arropada y ambientada a través de una banda sonora compuesta por Daniel Blumberg, que acompaña y aporta a cada escena esa carga emocional que solo la música puede lograr con su magia.

El otro puntal de The Brutalist, una película de más de tres horas (con descanso de quince minutos incluido) que, todo hay que decirlo, se disfrutan y se hacen incluso cortas, es el excelente montaje de David Jancsó, que logra un ensamblaje perfecto de esta dura historia vital. También sobresaliente la dirección artística, diseño de vestuario y diseño de producción de Judy Becker y Patricia Cuccia.


En cuanto al reparto, y volviendo al concepto de obra maestra cinematográfica, cuando decimos estar 
ante una de ellas, las interpretaciones han de ser fuera de serie. En este caso, tanto Adrien Brody, como Guy Pierce y Felicity Jones, están extraordinarios, y no sería de extrañar que se llevaran a casa el preciado Oscar el día de la esperada gala de este año 2025. No en vano, esta película es candidata a, nada más y nada menos, que diez galardones de las preciadas y doradas estatuillas. 

En cuanto a referencias, The Brutalist recuerda a magnas obras cinematográficas del siglo XX como el Novecento (1976) de Bernardo Bertolucci o el Érase una vez en América (1984) de Sergio Leone, su gran y última obra maestra. El personaje de Brody y el propio actor que lo encarna, hace inevitable recordar su gran interpretación en El pianista (2002) de Roman Polanski, drama que también tenía como marco histórico la devastadora segunda guerra mundial y sus trágicas consecuencias. 

Todas ellas son películas extensas que narran un periplo vital ligado a las circunstancias sociales, políticas e históricas, con una fotografía, ambientación y música exquisitas, y también con una extraordinaria dirección y montaje. En cuanto a la disciplina profesional del protagonista y su pasión por la arquitectura, para mí ha sido inevitable no recordar esa obra maestra cinamatográfica del gran King Vidor que no es otra que El manantial (The Fountainhead, 1949), un filme, con guion y novela de su autora, Ayn Rand, que narra la vida del visionario arquitecto Howard Roark (extraordinariamente interpretado por el gran Gary Cooper), y que contaba con una fabulosa banda sonora del compositor Max Steiner y una gran fotografía en blanco y negro de Robert Burks.



No sé si The Brutalist arrasará en la gala de los Oscar de Hollywood del presente año. Los Globos de Oro así parecen vaticinarlo, con siete galardones, pero eso no es lo que más importa. Lo verdaderamente importante es que un cineasta llamado Brady Corbet, con tan solo treinta y seis años, ha sido capaz de crear una obra cinamatográfica que no parece de este siglo. Que más bien parece pertenecer a esa edad de oro del cine clásico añorada y querida por todos los que amamos este arte visual que, muy de vez en cuando, nos recuerda que las grandes obras pueden aparecer en cualquier momento. Porque el arte es algo inmortal, que se mueve en una dimensión intangible y, al mismo tiempo, tan real como la vida misma. Un arte capaz de, no solo entretenernos, sino también atraparnos con su belleza y emocionarnos.

Si les gusta el cine de verdad, con mayúsculas, y son de esas personas que realmente lo aman, no pueden perderse The Brutalist. No es solo una película. Es toda una experiencia cinematográfica para viajar en el tiempo y en el espacio a esos mundos de celuloide que nos hacen soñar y vivir otras vidas. Así que no se la pierdan.

GONZALO J. GONZALVO

Escritor y Crítico de Cine.

martes, 7 de enero de 2025

Nosferatu (2024)***

 Dir: Robert Eggers

Int: Lily-Rose Depp, Bill Skarsgård, Nicholas Hoult, Aaron Taylor-Johnson, Willem Dafoe, Emma Corrin, Simon McBurney, Ralph Ineson, Paul A Maynard, Stacy Thunes, Adéla Hesová, Milena Konstantinova, Gregory Gudgeon, Robert Russell, Curtis Matthew, Claudiu Trandafir, Georgina Bereghianu, Jordan Haj, Katerina Bila, Maria Ion, Tereza Duskova, Liana Navrot, Mihai Verbintschi.


El regreso del vampiro más clásico del cine

Vaya por delante que, el norteamericano Robert Eggers, es uno de los directores de la última década cuya filmografía me parece más interesante. Diseñador de vestuario y de producción, desde su debut en La bruja (2015), Eggers muestra ya en su primer filme una estética y una concepción particular del género fantástico que lo caracteriza y diferencia de la mayoría, convirtiéndole rápidamente en un cineasta de culto. 


Con su siguiente trabajo, El faro (2019), se consolida como un autor que se atreve con la fotografía en blanco y negro para seguir atrapando al espectador con un terror diferente. Tras dirigir en 2021 un documental especializado en el subgénero del “Folk Horror” en el cine, Eggers regresa con fuerza a la gran pantalla con El hombre del norte (2022), filme en el que vuelve a desplegar toda su artillería, logrando un filme salvaje e hipnótico y de un poderío visual sobresaliente. 



Con Nosferatu (2024), vuelve a confiar en el compositor Robin Carolan y en su habitual director de fotografía (Jarin Blaschke) para componer un trabajo fílmico que se apoya, sin duda, en estos dos pilares (brillante tanto la banda sonora con Dolby Atmos reforzado como la extraordinaria fotografía de Blaschke). 


Es precisamente su estilo romántico y su aura expresionista, lo que más me ha gustado de un filme cuyo 
poder visual y atmosférico, marca de la casa Eggers, lo dota de ese poder hipnótico que logra introducir al espectador en una historia de pesadilla protagonizada por, sin duda, uno de los personajes mas aterradores y, al mismo tiempo fascinantes, de la historia de la literatura: El Drácula de Bram Stoker.



Este Nosferatu se mueve con respeto entre el original de Murnau de 1922, la más que notable versión de Werner Herzog de 1979 (Nosferatu: vampiro de la noche) y el Drácula de Bram Stoker dirigida por Coppola en 1992. De la primera, conserva cierto tono expresionista en lo visual, de la segunda, muy fiel al original, mantiene y potencia su atmósfera malsana y opresiva, y una comunión importante en la figura del personaje femenino, convirtiendo a Lily-Rose Depp en una versión actualizada y alter ego de Isabelle Adjani, pero muy similares en cuanto a su belleza romántica y semblante pálido y sensual. El personaje femenino de este Nosferatu, es quien posee realmente el poder y la fuerza, para resolver la situación, acabar con el ente maligno y sanar a la ciudad y liberarla de la epidemia de la peste causada por el propio vampiro. De la versión de Coppola, conserva también su potente ambientación y atmósfera romántica, y la figura del profesor Alvin Eberhart Von Franz, una especie de “Van Helsing” bastante histriónico y algo sobreactuado, aunque no tanto como el Van Helsing interpretado entonces por el insigne actor Sir Anthony Hopkins.



Lo que menos me ha gustado de esta nueva versión es la construcción física del personaje del propio Nosferatu, bastante alejada del original y de la versión de Herzog, y más cercana a la figura de aquel noble sanguinario denominado Vlad Tepes ("El Empalador"), príncipe de Valaquia, una de las figuras históricas más importantes de Rumanía, hijo de Vlad Dracul, e inspirador del personaje del noble Conde Drácula protagonista de la inmortal novela de Bram Stoker. Una presencia inquietante pero que, a mi modo de ver, no iguala ni mucho menos supera, al “no muerto” de Murnau y de Herzog. 

No obstante, y teniendo en cuenta las numerosas versiones cinematográficas del personaje de Drácula, entre las que también hay que tener muy en cuenta la de la Universal de Tod Browning (1931) protagonizada por Bela Lugosi, así como la de la Hammer de 1958, en la que Christopher Lee volvió a encarnar el rey de los vampiros con una gran fuerza visual y elegante porte, Robert Eggers ha tenido la osadía de volver a contar visualmente una historia que, en el séptimo arte, contaba ya con varias obras maestras, y salir de dicha empresa arriesgada bien parado. 



El joven cineasta ha sabido jugar bien todas las bazas que caracterizan su cine (el poder visual, la escenografía, la fotografía y la música), y ha contado también con un acertado reparto (especialmente en los papeles de Thomas y Ellen Hutter, muy bien interpretados por la ya mencionada actriz francesa Liliy-Rose Depp y por un brillante Nicholas Hoult, también extraordinario en el último filme de Clint Eastwood: El jurado número 2). 

Willem Dafoe cumple con su cometido, sin más, lejos de la brillantez de su anterior colaboración con Eggers en El faro. El cuidado diseño de vestuario y ambientación también es de destacar, logrando trasladarnos perfectamente a esa sucia y húmeda ciudad portuaria alemana del siglo XIX, fiel espejo de las Wismar y Lübeck de las versiones anteriores.



La versión de Eggers de Nosferatu no es una mala película. El problema, quizás, es que mis espectativas eran muy altas. Cualquier otro director hubiera hecho algo mucho peor (no hay más que ver las últimas versiones de Drácula de otros variopintos cineastas. Pienso, no obstante, que Eggers es un creador con la suficiente originalidad, calidad técnica y voz propia, capaz de construir historias muy potentes, sin necesidad de versionar historias que, aunque nos siguen atrayendo y moviendo a una sala de cine, han tenido ya versiones anteriores con tan alta calidad artística que son muy difíciles de superar. Vivimos, no obstante, en la era de los remakes, y se preparan nuevas versiones de otros clásicos del séptimo arte, también dentro del género fantástico, tales como “La novia de Frankenstein” (prevista para estrenar a finales de 2025 y dirigida por Maggie Gyllenhaal) y otras más que, sin duda, vendrán. Porque son historias y personajes inmortales que siguen teniendo un indudable poder de atracción para el público. 

Si son amantes del cine fantástico y de terror y, especialmente, seguidores del cineasta Robert Eggers, no deberían perderse esta película. Si, por el contrario, son adoradores del gran Murnau y de los clásicos de las décadas veinte y treinta del pasado siglo XX, quizá deberían cuestionarse si ir a verla o no. En todo caso, el cine de Eggers está siempre a un nivel artístico y técnico elevado, y eso es algo positivamente ponderable. Si su particular versión aporta o no algo especial a la inmortal historia del rey de los vampiros, es algo que deberán decidir después de su visionado ustedes mismos/as y que el paso del tiempo juzgará.

GONZALO J. GONZALVO

Escritor y Crítico de Cine