Dir: Sam Mendes
Int: George MacKay, Dean-Charles Chapman, Mark Strong, Richard Madden, Benedict Cumberbatch, Colin Firth, Andrew Scott, Daniel Mays, Adrian Scarborough, Jamie Parker, Nabhaan Rizwan, Justin Edwards, Gerran Howell, Richard McCabe, Robert Maaser, John Hollingworth, Anson Boon, Jonny Lavelle, Michael Jibson, Chris Walley
La crueldad de la guerra en primer plano
Numerosas son las películas que se han hecho en torno a la guerra y, en concreto, sobre las dos grandes guerras mundiales. Es complejo afirmar si la Primera Guerra Mundial (1914-1918) fue más terrible y encarnizada que la Segunda (1939-1945), con el nazismo de por medio, pero es indudable que ambas causaron millones de muertos y cambiaron la forma de ver al hombre y su forma de vida en sociedad, tirando por tierra la bonhomía del filósofo Rousseau, para quien el hombre era ese “buen salvaje”, un ser bueno por naturaleza. La historia y evolución del hombre se ha obstinado (y lo sigue haciendo) en demostrar que los habitantes de este castigado planeta llamado tierra son seres violentos y belicosos, capaces de las mayores atrocidades para acumular poder y territorios, aunque para ello tengan que masacrar a sus propios congéneres.
Sobre la Primera Guerra Mundial, si hay un filme que sea un referente para público y cineastas, no es otro que la ya inmortal Senderos de gloria (Stanley Kubrick, 1957), una obra maestra del séptimo arte que, como todas las grandes obras, ha trascendido en el tiempo conquistando a varias generaciones. En esta y otras muchas películas bélicas, son los altos mandos (coroneles y generales) los que acumulan el protagonismo en las batallas y en las guerras. Hay excepciones, como las excelentes Sin novedad en el frente (Lewis Milestone, 1930) o la durísima Johnny cogió su fusil (Dalton Trumbo, 1971), cintas en las que los soldados de a pie toman el protagonismo para transmitirnos, en primera persona, las atrocidades de la guerra.
Este es el pilar fundamental en el que se apoya el gran cineasta Sam Mendes, el autor de las excelentes American Beauty (1999) o Camino a la perdición (2002), filmes en los que la crítica social y la violencia eran pilares fundamentales; ya exploró el género bélico en Jarhead-El infierno te espera (2005), un filme que se metía de lleno en la mucho más reciente “Guerra del Golfo”, en el que la violencia y la destrucción creaban escenas apocalípticas.
En 1917, un soldado y un cabo británicos, Schofield (George MacKay) y Blake (Dean-Charles Chapman), reciben una misión aparentemente imposible. En una carrera contrarreloj deberán atravesar el territorio enemigo para entregar en persona un mensaje al general de otro batallón para que suspenda un ataque que resultaría fatal para miles de soldados, entre ellos el propio hermano de Blake. Con un montaje que logra que todo el filme nos parezca un interminable plano-secuencia (aunque no es un plano-secuencia real), a través de los ojos de estos aterrorizados soldados (Schofield y Blake) asistimos a lo encarnizado y cruel de la guerra en primera línea, en vivo y en directo, con una tremenda verosimilitud y, casi, en tiempo real.
Sam Mendes y Krysty Wilson-Cairns, han escrito una historia que incide en la vulnerabilidad de las tropas frente a las estrategias asépticas y quirúrgicas de sus mandos, los cadáveres de animales y hombres flotando en los ríos o tirados en el barro, miles de casquillos inundando los campos y las tierras,...envenenándolo todo...Así es la guerra...un veneno, una plaga que acompaña a la humanidad desde el inicio de los tiempos. Uno de los cuatro jinetes del Apocalipsis, junto con el hambre, la muerte y la peste, que suelen ser sus inseparables compañeros.
1917 es una de esas películas imprescindibles, al igual que lo es la ya citada obra de Kubrick, superior a ésta en calidad cinematográfica. Ambas deberían proyectarse en colegios e institutos, para que los futuros hombres y mujeres de la sociedad vieran en primer plano la guerra en toda su crudeza. Aunque me temo que la violencia y las guerras forman parte de una maldición inherente a la condición humana. Una maldición que persigue el hombre desde el comienzo de su evolución y que le perseguirá hasta su completa aniquilación y extinción como especie.
Gonzalo J. Gonzalvo
-Aragonia. C. Grancasa, Cinemundo (Huesca), Maravillas (Teruel), Palafox, Puerto Venecia, Yelmo-
Dir: Robert Eggers
Int: Willem Dafoe, Robert Pattinson, Valeriia Karaman.
En una remota y misteriosa isla de Nueva Inglaterra en la década de 1890, coinciden por cuestiones de trabajo, el veterano farero Thomas Wake (Willem Dafoe) y su joven ayudante Ephraim Winslow (Robert Pattinson) que deberán convivir durante un tiempo.
Un guion de Robert Eggers y Max Eggers que toma prestados algunos textos de Herman Melville (1819-1891), el autor de la mítica novela Moby Dick (de 1851), y reutiliza testimonios directos de algunos fareros del siglo XIX. Los Eggers, recogen y fusionan tradiciones y leyendas, canciones de marineros, mitos clásicos como el de Prometeo, en el que juegan su papel, Zeus, Pandora, Hefestos y el mismo Hércules. No podían faltar las divinidades marinas, con Neptuno y las eternas Sirenas, en su doble faz seductora y diabólica.
Robert Eggers, en su apasionante La bruja: Una leyenda de Nueva Inglaterra (2015), ya aportaba una nueva mirada al cine de terror. Ahora en El faro, no hace más que confirmar su valor, embarcándonos en una historia que rezuma humedad, violencia, sexualidad y un planteamiento visual valiente y efectivo. Imágenes en blanco y negro, en un formato de 1.19 : 1, casi semejante al del cine del periodo silente. Lo poco habituados que estamos ya a esas proporciones de pantalla, la calidad fotográfica de su habitual colaborador Jarin Blaschke, la obsesiva y oscura música del canadiense Mark Korven, más poderosa si cabe acompañada por la atávica y penetrante sirena del faro, más el viento y las olas desencadenadas (el equipo de sonido tiene a 19 personas acreditadas), ayudan a recrear una atmósfera hipnótica que justifica las alucinaciones que el joven ayudante, y nosotros los espectadores, empezamos a tener casi desde el principio de la historia.
En el haber de Robert Eggers está haberse aproximado, una vez más, a las viejas tradiciones y a los mitos sin necesidad de abusar de los trucajes digitales, que se utilizan igualmente pero siempre al servicio de lo narrado. La inquietud, la sorpresa, se logran con recursos de cámara y el sólido trabajo interpretativo de Dafoe y Pattinson, en un duelo memorable. La locura (o la lógica de los dioses antiguos) termina por envolvernos y en el apoteosis final que no puedo desvelar, se confirma que estamos ante un realizador que seguirá dándonos alegrías (y algo de íntimo sufrimiento, todo hay que decirlo) en un género bastante infantilizado y degradado por las productoras actuales.
Robert Eggers, ha sabido conjugar una mirada moderna con las enseñanzas de los clásicos, como ya hizo en The VVitch: A New-England Folktale, aprovechándose de las lecciones de Stanley Kubrick, que se aproximó al género en El resplandor (1975), adaptando a Stephen King, o a las de otro maestro indiscutible como el danés Carl T. Dreyer, en su inquietante Vampyr (1932).
Las posibles interpretaciones, y sensaciones, de los que vean el film serán dispares, pero estoy seguro que a nadie le resultará indiferente esta nueva apuesta de Eggers, por un terror atmosférico, telúrico y supurante, con un firme anclaje en el cine clásico, pero que resulta radicalmente novedoso.
Roberto Sánchez
-Aragonia, Palafox-
Dir: Clint Eastwood
Int: Paul Walter Hauser, Sam Rockwell, Brandon Stanley, Ryan Boz, Charles Green, Olivia Wilde, Mike Pniewski, Jon Hamm, Ian Gomez, Nina Arianda, Kathy Bates, Ronnie Allen, David Lengel, Beth Keener, Grant Roberts, Alan Heckner, Desmond Phillips, Alex Collins, Michael Otis, Izzy Herbert
Los héroes son de carne y hueso
Richard Jewell ejerció como guardia de seguridad en los Juegos Olímpicos de Atlanta de 1996. En su ronda habitual descubrió una mochila sospechosa que resultó llevar explosivos en su interior. Antes de que estallase ayudó a evacuar el área, evitando un número mucho mayor de víctimas. Alzado por los medios de comunicación como un héroe cuya intervención había salvado vidas, posteriormente, Jewell pasó a ser considerado el sospechoso número uno y fue investigado sin piedad por el FBI como presunto culpable. Esta es la historia en la que Clint Eastwood se fijó (la vio en un artículo de prensa escrito por Marie Brenner) y decidió llevar al cine en base a un guion escrito, junto a Billy Ray y por él mismo.
Tras dirigir Mula (2018), este octogenario y genial director parece tener aún energía para regalarnos unas cuantas “joyas” cinematográficas más. Ejemplo de ello es esta Richard Jewell, filme en el que Eastwood retoma su mirada profunda y analítica sobre la figura del héroe. Pero no sobre esos héroes de leyenda, cómics o modernas pirotecnias de efectos especiales, sino sobre esos personajes de a pie, de carne y hueso, tipos en apariencia corrientes, incluso algo “frikis” (como el sheriff que interpretaba Sylvester Stallone en la fabulosa Copland, de 1997, obra de James Mangold), pero hechos, sin duda, de otra pasta. Como dice el propio Jewell (fabuloso, en su papel, Paul Walter Hauser) en un instante de la película: “A partir de ahora, cuando vean una mochila sospechosa, los guardias de seguridad evitarán buscarse líos y harán como que no la han visto...¿Es eso lo que quieren…?”.
Eastwood, como digo, se vuelca de nuevo en la figura de ese tipo de héroe cotidiano, como ya hizo en filmes anteriores como Sully (2016), Gran Torino (2008) o la fallida Tren a París (2018). Tipos que, sin pensárselo dos veces, toman decisiones en décimas de segundo que salvan muchas vidas y que, a posteriori, deben vérselas con mecanismos burocráticos de control cuando no con los linchamientos públicos a los que les somete la prensa sin esperar a que recaiga sobre ellos ningún procedimiento judicial. Juicios paralelos que, como en el caso de Richard Jewell, supondrán, tanto para él como para su familia, un auténtico suplicio.
Al respecto del reparto, además del estupendo trabajo de Paul Walter Hauser, he de destacar el excepcional de la gran actriz Kathy Bates (que hace aquí de la sufrida madre de Richard), y el no menos destacable del también veterano Sam Rockwell, que interpreta de forma brillante al abogado Watson Bryant, otro personaje gris que devendrá en heroico debido a la defensa numantina de su defendido cliente y amigo personal.
Tras una filmografía como actor y director (cineasta desde 1971) de más de cincuenta años, no sé que se más se puede decir acerca de un actor que empezó en el western en los ya lejanos años sesenta, y que, posteriormente, como director de cine, nos ha regalado joyas como: Infierno de cobardes (1973) El fuera de la ley (1976), Bird (1988), Sin perdón (1992), Los puentes de Madison (1995), Mystic River (2003), Million Dollar Baby (2004), o las ya citadas Gran Torino o Mula. Su legado, sin duda, será eterno, pero el día que nos falte se nos irá, aparte de un grandísimo cineasta, un pedazo de nuestra propia vida, pues somos muchos los cinéfilos que nacimos, crecimos y nos formamos a su lado durante estas más de cinco décadas.
Independientemente de los premios que reciba (Richard Jewell solo tiene una nominación a los Oscar de la academia de Hollywood, aunque sería muy merecido, para Kathy Bates), Eastwood está ya “más allá del bien y del mal”, como en aquel jardín que daba título a otro de sus memorables trabajos fílmicos, y que nos regaló, allá por 1997, además, como es su costumbre, acompañado de una deliciosa banda sonora repleta de jazz.
Todo el mundo debería ver Richard Jewell, un filme que sabe reflexionar, con acierto sobre la figura del héroe, sobre el sentido del deber ciudadano, sobre la responsabilidad del llamado “cuarto poder” a la hora de producir linchamientos de personas sin ningún fundamento, excepto el de sus propios beneficios económicos, y también sobre la peligrosidad de una, cada vez mayor, masa aborregada de ciudadanos que parece haber perdido esa misma capacidad de pensar y de reflexionar. La odisea de un hombre corriente que nos estremece por su vulnerabilidad, por su humanidad, por una nobleza que es capaz de mantener hasta en los momentos más oscuros. Una obra clásica y moderna a la vez que no deja títere con cabeza respecto a los poderes que nos acechan, cada vez de forma más despiadada. A nadie le gustaría estar en la piel de Richard Jewell, pero es bueno que se nos muestre que casos como el suyo hacen que debamos cuestionarnos el “mundo feliz” de las sociedades perfectas y digitales que ya tenemos encima, en las que el control sobre el ciudadano es cada vez mayor. Un control silencioso y siniestro que, sin embargo, no puede proporcionar a sus ciudadanos la seguridad que les vende.
GONZALO J. GONZALVO
-C. Grancasa, Multicines Cinemundo (Huesca), Palafox, Maravillas (Teruel), Puerto Venecia, Yelmo-